jueves, 12 de diciembre de 2013

María Dolores de León "Árbool amigo"


                                               ÁRBOL AMIGO

                                     María Dolores de León

                                   Madrid, diciembre 2013

 

-- ¿Decías algo,  abuelo?

 

            --  Nada; cosas mias.- su bisbiseo prosigue, apenas  audible- Amigo, estás de liquidación, ya solo te queda una…

 

            Juan, en la silla de ruedas,  pasa las horas de luz mirando  por la ventana,  al parque;  más exactamente al árbol justo enfrente  

            Su madre le contó que lo plantaron en mayo de  1913 , el  año de su nacimiento; se trataba de un platanero o falso plátano, de la familia de los Acer. Piensa que posiblemente de esta breve explicación le vino su vocación por la botánica.

 Ya era centenario; él los  cumpliría en diciembre, la víspera de Nochebuena

 

            El tronquito aguantó cimbreando sus primeros pasos. Desde aquel momento se  estableció una relación especial entre ambos. Generoso  y paciente, aquel amigo vegetal siempre estuvo disponible para él. A lo largo de su vida le brindó apoyo y consuelo en los momentos importantes, siempre con discreción.

            Imitando a su hermano Alfonso grabó la A y la M de su primera noviecita, con cinco años: Amalita Martín. Los sucesivos enamoramientos quedaron registrados en la corteza clara del paciente amigo. Al crecer ambos,  fue enriqueciendo   las iniciales con símbolos de amor eterno, cada vez más artísticos aunque rústicos.  Le parecía el no va más del romanticismo. Tan solo una vez se arrepintió de la inscripción.  Lupe prefirió a su amigo Andrés, el chico de la pandilla que más corría; siempre rescataba a todos. En el fondo lo comprendió; hasta él sentía por el amigo una admiración rayana en enamoramiento.

            En la época de la facultad se citaba  con Lucía, Andrea, Maricarmen, Loli, Mila; una por  primavera. Iniciales, corazones, besos y lo que ellas se dejaban. La  copa ofrecía ya un alivio a los calentones.

            Igualmente  había soportado     sus depresiones y fracasos. Más de una patada  aguantó; generoso, sin rencores, cuando se abrazaba a él en los momentos de bajón, el le recargaba de una energía que olía a madera fresca; los problemas recobraban su justa medida.

             La última tortura se la infligió a consecuencia de la felicidad que le aportó el sí de Alicia,  su futura esposa. Ella, muy celosa le hizo raspar las evidencias de su carácter enamoradizo. Intentó preservar las iniciales primigenias A M, pero la chica se mostró inflexible.

            Los partos tuvieron lugar en casa.   Incapaz de estarse quieto se solía  bajar  a fumar y a dar vueltas en torno al  árbol.  El pañuelo blanco le avisó de la llegada del primer hijo: Juanito. Recuerda que de alegría se abrazó al tronco del anigo tan adulto como él ¿29 años? Mantuvo la costumbre con los partos sucesivos. Pero el pañuelo no volvió a ser blanco, sino rojo; si, tres niñitas siguieron: Alicia, como su esposa;  Adela como la abuela materna y Arantxa como su madre.

            La familia se  fue incrementando a lo largo de los años con  nuera,  yernos,   nietos y algunos  bisnietos. Alicia no conoció a los últimos nacidos.   Apenas  recuerda mas que cabecitas pelonas y mucha toquilla.

            Sus descendientes, a su imagen y semejanza tuvieron la deferencia hacia el patriarca de nacer en invierno. Uno de los nietos, ¿Ernesto el chistoso? Decía entre risas que formaban la Saga de los Invernales. Hasta el momento nadie había tenido el mal gusto de salirse de la tradición ¡Misterios de la naturaleza humana!

            Alicia… Una lágrima gorda se  desliza por las arrugas,  surco a surco,  hasta la barbilla. Se nota cada vez más lábil, se emociona por naderías.  El moquillo claro le gotea.

           

            -- Abuelo, el moco. ¿Quieres un pañuelo?

 

            Luis, uno de los nietos pequeños, un buen chico,   se ha quedado para cuidarle hasta  el regreso  de María, la buena María que hacia las veces de madre y puntualmente  de esposa consolando su viudedad.  Pero esto  había sido hacia mucho tiempo. Le da un  sofoco de vergüenza al recordar lo de la última vez.

            Un  cocker estaba meando su platanero. ¿Le perjudicaría? Ese dichoso chucho… Le veía  olfatear, levantar la pata y ¡ hala, a regar la naturaleza ajena.! Sentía como si le estuvieran mojando a él.  Algunas veces hasta cagaba; afortunadamente su ama, una señora de pelo blanco, entrada en carnes recogía las caquitas y las tiraba a la papelera.

            Como cirujanos expertos,  unos trabajadores de Parques y Jardines rondaban  al falso plátano. Lo mismo hacían con respecto a él , médicos y enfermeras.

             De pronto le cuajó una certeza: este año se libraría de las odiosas Navidades.  Detestaba esas fechas  desde la desaparición de Alicia.            ¿Percibirían algo los árboles? Excepto el abeto, vendido a la influencia yanki, el resto parecían impregnados de melancolía; como él.

            Un ruido amenazador le saca de su ensimismamiento. Los jardineros  sierra en mano, efectuan algo más serio que una poda. Hacían caso omiso de la hojilla dorada que se resiste a abandonar la rama..  ¡Gente sin sensibilidad!  Se ajusta las gafas. Con ahínco se esfuerzan en trocear el tronco, sano en apariencia…Al caer,  entrevé una mancha oscura y carcomida en el corazón del viejo amigo. 

            El periódico se resbala al suelo; como si le estuvieran cortando el brazo izquierdo, un dolor insoportable le hace jadear. Duele, duele mucho… Cierra los ojos.  ¡Señor apiádate de mi…!

 

            -- Abuelo, abuelo, ¿qué te ocurre?  María, María, corre, al abuelo le pasa algo….

 

 

viernes, 6 de diciembre de 2013

Vicente Ibáñez "El botijo mágico"


EL BOTIJO MÁGICO

El botijo es un objeto sumamente útil sobre el que pesan dos incógnitas. Una quien lo inventó y cuando lo hicieron.

Hay quien lo situa en la China, en la época de la dinastía Ming. Otros lo ponen en manos de alfareros árabes, por sugerencia de Scherezade, que la pobre se deshidrataba cada una de las mil y una noches que por salvar el cuello se las pasó contándole tonterías al memo del Sultán.

 A esta segunda opción se aferra el autor de este relato, que como se verá más adelante, puede ser aproximadamente cierta.

Cuenta la leyenda que Alí, joven e incauto miembro de una numerosa y pobre familia, se creyó la farsa con que le tomaban el pelo los espabilados vecinos de su aldea. Quienes le hacían creer que en la ciudad de Bagdag había un derviche que poseía un botijo mágico, que quien bebiese de él obtendría el cumplimiento de todos sus deseos, y nuestro joven Alí se lo tomó tan al pie de la letra que una mañana, sin decir nada a nadie, antes de la amanecida y aun antes de la llamada a la oración por parte del Almuecín, se puso en dirección a la meta de sus sueños. De lo que tardó en hacer el recorrido no quedó constancia, pero llegó y se encamino a la gran plaza del zoco.

El pobre se volvía loco entre tanta gente; vendedores, encantadores de serpientes, mendigos y una indescriptible barahúnda de personas, que no sabía a quien dirigirse, pues unos no le hacían caso a sus preguntas, y otros le tomaban por loco.

Pero al final encontró quien le tomó bien el pelo. Le dijo: “ve a casa del doctor Al-Raschid que es el poseedor de tan maravilloso elemento”. Y sin encomendarse a Alá o al diablo, le faltó el tiempo al bueno de Alí para ir a casa del supuesto doctor, que ni tal cosa era, pero que tenía una esposa que todo el barrio conocía como “la bruja”.

Una vez que el incauto Alí expuso el tema. Al-Raschid dijo que él no tenía tal botijo, pero la bruja oliendo la posibilidad de obtener algún beneficio, dijo “oh marido, porque le ocultas a este apuesto joven tu tesoro, sabes que el profeta nos manda compartir todo cuanto poseemos con los fieles cumplidores de los mandatos divinos”.

Y pasando a la acción. Le dijo al joven: “ven, para lograr tus deseos te has de poner a trabajar como criado para nosotros, sin sueldo durante diez años, y cada día beberás un trago de agua del mágico botijo; previamente me habrás de contar a mi sola cuál es tu deseo. El inocente y crédulo Alí, respondió “quiero ser pájaro y volar para conocer el mundo y poder ir a la Meca, como manda el Corán”.

Ante tal ejemplo de bobería congénita, la bruja vio la oportunidad de tener criado gratis, al menos por diez años; los que pasaron sin apenas darse cuenta, y cuando expiró el plazo, Alí que había crecido en años, pero no en inteligencia, le pidió al ama la tan ansiada solución, y la bruja sin inmutarse le ordenó: “vamos al huero y te subes a la palmera más alta”.

Obediente Alí trepó. “Más arriba” decía la bruja, y Alí trepo hasta la más alta rama; ante el asombro de Al-Raschid que le decía a su mujer “para por Alá, que este hombre se nos mata y nos quedamos sin criado”.

La bruja sin hacer caso le ordenó al Joven que se soltara de la mano derecha, y cuando lo hizo, le ordenó que lo hiciera de la izquierda. Parece ser que el miedo o la ignorancia, le daban seguridad al joven, que cuando recibió la orden de agitar los brazos, los agitó con tal ímpetu que ante el espanto del matrimonio, Alí salió volando, haciéndose cada vez más pequeño, hasta convertirse en un punto que se perdió en el espacio.

A partir de entonces, la bruja y Al-Raschid no volvieron a tocar el agua por miedo a las posibles consecuencias. Y saltándose a la torera los mandamientos del Corán, hasta las cinco abluciones diarias las hacían con whisky.

 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

María Dolores de León "El botijo de San Isidro Labrador"


EL  BOTIJO  DE SAN ISIDRO LABRADOR


        María Dolores de León


                  Diciembre  2013

 

Dedicatoria

Con todo mi amor

a Solete, sobrina de

elección.

             

       

        En la capillita de san Isidro, a los pies de la imagen,   se muestra orondo  el  botijo único resto del humilde ajuar del santo  labrador.

        Cuentan los devotos cofrades que  hacia 1868 el humilde piporro fue ascendido a la categoría de objeto de culto con cofradía propia:la Cofradía del santo Botijo del Labrador”. Aquel año una sequía pertinaz privaba del mínimo de agua vital a los pobladores de Madrid. El último chorrillo que manó del caño de la Fuentecilla fue recogido por la futura reliquia.  Aseguran que con su contenido se abasteció a toda la capital. Eso si, tan solo para subsistir. Se eliminaron los baños frívolos y las aguas  fecales perdieron el sustantivo.

        El  15 de mayo  la cofradía en pleno, en procesión,se encamina a la ermita del santo para cambiar el agua al botijo. Todos tratan, dentro de sus posibilidades de contribuir a la pompa de dicha ceremonia. Pero el acto año tras año pierde vistosidad: por causas ajenas a su voluntad, el número de cofrades va decreciendo.

        Mucha gente acude  a la Pradera, a beber agua de la fuente santa, pero  la devoción al  Botijo había caido en el olvido. Se imponía un  milagro contemporáneo. Rezaban, hacían novenas, daban limosnas: todo inútil.  Isidro parecía haberse conchabado con los grandes bebedores de su fuente. ¿Y ellos, qué…?

        El Labrador, sin duda por aburrimiento, les inspiró una idea con grandes posibilidades. Se pusieron manos a la obra con diligencia.     

        El domingo siguiente, un cartelito a los pies del santo, apoyado en la vasija con aspiraciones a milagrera  rezaba: “ Agua del santo contra la impotencia masculina. Milagro asegurado. Donativo obligatorio: 1 Eur.

(se recomienda evitar el abuso).

        Don Raimundo y don Ramiro, devotos  de san Isidro Labrador, solían hacer una visita a la capillita todos los domingos, antes del inicio de la misa de 12.  Por el buen patrón depositan el donativo. Invita don Raimundo y tras sendos traguitos de aquella agua azul celestial, sombreros en mano,  se dirigen al banco que gustan ocupar en primera fila.

        Finalizada  la Elevación los parroquianos,  asombrados,  les ven encaminarse  con prisa a la salida, sombreros  a la altura de la entrepierna,  con perdón.

        Al término de la misa, el hecho en boca de  los asistentes alimenta los corrillos. Más tarde  aparecen en  Casa Rufino muy sonrientes y  ufanos.  Sus respectivas esposas colgadas del brazo, resplandecen,  un brillo especial en los ojos, como novias enamoradas.

        Ellos se muestran discretos sobre los efectos del agua celeste; no habían notado gran diferencia con respecto a otras veces. Muy  distinta es la opinión de sus mujeres que ante las amigas alardean,  como recién casadas. de las proezas de sus respectivos cónyuges.

         A la semana siguiente se requieren dos cofrades para atender la demanda de los asistentes. Uno mantiene  el orden y el otro controla la duración del chorrillo color cielo.

        Solo  en domingo se manifiesta el milagro. El resto de la semana el líquido  mantiene la   apariencia de agua común, incolora e insípida  

        Al no ser económica su finalidad,  sino de captación, se añadió  un nuevo rótulo: “Los cofrades de la hermandad del Santo Botijo del Labrador se beneficiarán de un descuento  del 50 %  en el donativo como contribución  para el mantenimiento   de la santa reliquia.”

        El lunes posterior, en el centro de reunión de la cofradía   reina una animación inusual. Mientras esperan turno para cumplimentar la solicitud de inscripción,  los unos y los otros  relatan con pelos y señales el milagro experimentado en sus propias zonas pudendas.

        “De seguir  así,  quizás sería saludable la interrupción temporal de tanta devoción.”  El hermano mayor de la cofradía analiza meditabundo  el desarrollo de los acontecimientos.  La mano, siguiendo la costumbre adquirida, juguetea con la pastillita cobalto en el bolsillo de la chaqueta.

 

 

 

 

martes, 3 de diciembre de 2013

María Dolores de León "Cuento"


                                               CUENTO

                                   María D. de León

                                   Madrid, 07.11.13

                                                                                  

Advertencia al lector: A propuesta tontorrona, narración simplona….

                

 

 

            -- … Y entonces el  rey supo de la pericia  de  aquel joven.

 

            El chiquillo se empeñó y lo consiguió: nació de nalgas. El primer ojo que vio la luz fue el anal y no era como los del resto de la gente. Consistía en una especie de pequeño organo táctil, muy delicado y sensible. Los médicos lo estudiaron ante la insistencia de los padres, pero al ver que por otra parte cumplía sus funciones normales dejaron de interesarse por el caso.            

            Resultó un niño vago y exigentge en cuanto a los asientos que jalonan las etapas  de toda vida humana. Cuando acertaban con sus necesidades de confort, él rehusaba cambiar de asiento. Eso ocurrió con el cochecito  de bebé. Cuando  le llegó la etapa escolar, las piernas le arrastraban dejando surcos por el suelo. Los padres probaron a llevarle a la sillita de la reina, pero era cansado  e ingrato: lloraba durante todo el camino.  No es que tuviera ninguna discapacidad orgánica,  porque efectuaba  pequeños recorridos a pie para satisfacer sus necesidades primarias. El dictamen de los especialistas había sido  pereza crónica agravada por la sensibilidad exacerbada de aquel apéndice quejica que emergía  de engtre los glúteos. Ciertamente  un caso sin solución,  incurable.

           

              Recordando el cuento de Garbancito de la Mancha a los progenitores de Rufino, que así se llmaba el infortunado jovencito, jalonaron todo el recorrido hasta la escuela de sillas recogidas aquí y allá.

Pero las posaderas de su retoño se resentían y él sufría lo indecible

Los asientos variopintos recogidos  no reunían las condiciones adecuadas.  Al final, los padres desesperados, le depositaron en  en una fábrica de sillas, la más importante del reino: “Hijo de mi alma – dijo la madre llorando- cuando encuentres la silla de tu vida,avísanos…Te queremos, pero consideramos que esto es por tu bien…”

Rufino, fascinado  por las posibilidades que se  abrían ante él  ni se despidió. Con gran esfuerzo sus nalgas, blanditas como masa de pan cruda, iniciaron el recorrido  de cada modelo. De algunos se levantó como picado por avispas. Intrigado, el dueño le preguntó la razón de dicha

actitud. Rufino le fue indicando, a su  sentir,  los defectos de que adolecían algunos. Para gran sorpresa de su interlocutor coincidían con los de peor salida.

             El fabricante tuvo la sabiduría de escuchar a aquel culón sensible e introdujo los cambios sugeridos. Las ventas se incrementaron de forma inaudita.  De palacio recibieron un pedido para el gran comedor. Los monarcas quedaron muy satisfechos  con la comodidad  de aquellas sillas. Tenían algo de mágico.  Las cenas de gala transcurrían en gran armonía y se pactaban alianzas muy provechosas para el reino. Entonces el soberano   hizo llamar a Rufino, le invitó al salón del trono donde se celebraban las audiencias y le pidió que tomara asiento. Rufino, el de  las nalgas sensibles, empezó a agitarse una vez sentado. El rey le observaba con atención. “Este muchacho  se rebulle  igualito que el embajador de  Irambia… Que penosa resultó aquella entrega de credenciales…”

            Sala tras sala y habitación tras habitación, todos los asientos pasaron la supervisión del reaacién nombrado “Probador real de sillas, sitiales y taburetes

 

            Hasta el último dia de su vida, Rufino, de silla en silla,  fue feliz. No acumuló fortuna porque su sueldo lo donaba a sus padres en compensación por los padecimientos sufridos. Siempre se mantuvo fiel a sí mismo. Bajo mano algunos desaprensivos intentaron sobornar la infalibilidad de sus nalgas pero no se sabe de nadie que lo consiguiera.

 

            El niño, sentado en el suelo, se queda mirando al aabuelo con gesto de desaprobación.

 

            -- Abuelo, vaya un cuento tonto y “rollo”.  Prefiero los de ladrones, como el de Alí Babá…

 

            --  Nico, esos ya salen demasiado en los periódicos y en la tel. Este se lo ha inventado tu abuelo, exclusivamente para ti.

 

            -- Vale, pero a ver si el próximo te lo “curras” un poco más. ¿Te vienes a echar una paratida con la play?

 

            Don Mariano piensa que el nieto  ha crecido demasiado deprisa. La misión original de los cuentos  de alecccionar a la infancia en los peligros de la sociedad,  ahora la asume la radio, la prensa y la TV.  Tiene razón el niño, mejor evadirse con una partidita. Allí los malos pagan.

           

-- Me parece bien, ya sabes que te gano. ¿Hace una onza de chocolate? Y el que pierda saca la basura…

 

 

 

domingo, 1 de diciembre de 2013

Maricarmen Colodrero ªEl botijo mágico"


El botijo mágico

 

30 noviembre 2013.

 

Un matrimonio de un importante país europeo solía pasar las vacaciones de verano en España. Comenzaron a venir cuando sus hijos eran pequeños, y todavía, a veces, éstos les acompañaban, ya casados, con sus consortes y nietos.

No les gustaba vivir en apartamentos modernos. Preferían alojarse en casas de pueblo que aunque adaptadas  a la vida del siglo XXI, conservaban el regusto de la vida rural.

Les agradaba la convivencia con los lugareños pero, esta vez, estarían solos. Una mujer del pueblo iría todos los días a limpiar, prepararles várias comidas populares y echar de comer a las gallinas.

Cuando hubieron deshecho las maletas dieron vueltas por toda la casa para fascinarse con los restos de cultura regional que aún hubiran sobrevivido.

Así fue como en un rincón de la cocina encontraron un botijo especial.

Por supuesto que años atrás habían tenido ocasión de empaparse la pechera intentando beber, pero es que aquel botijo no era blanco, ni rojo, era verde. Además el pitorro y la entrada para el agua eran de un palmo de largos. Por si fuera poco, unos signos desconocidos lo decoraban formando líneas espaciadas.

Así todo, intentaron llenarlo con agua del grifo pero con esto, solo lograban que el botijo rechazara el agua, escupiéndola a la vez que se oía un leve rugido inconveniente .

Estaba enzarzada la pareja en disquisiciones sobre la naturaleza de los signos, (ambos eran autodidactas de la Arqueología), opinando sobre si se trataba de escritura demótica o hierática, cuando se oyeron unos golpes en la puerta.

Era Demetria que venía a atenderles.

Después de las presentaciones y de que la buena mujer repitiese varias veces: “Mu contentos. Aquí van a estar mu bien y mu contentos”, le plantearon la incógnita de aquél objeto estrafalario.

-Pos no sé…Cuando yo venía a cuidar al Eladio, nunca lo ví y si que es un botijo raro…-dijo Demetria mientras lo cogía y tocaba por todas partes- A ver, a ver…

Y se volvió con rapidez a los cajones de la cocina regresando con un gran sacacorchos.

Abrazada al botijo, estuvo urgando en la embocadura mientras el matrimonio hacía algún comentario.

-Despacío po favó, ser cosa cultugal – decía ella.

-Pog favog, cuitado, cosa delicada…  -corroboraba él.

Demetria forcejeaba con el botijo a riesgo de saltarse un ojo.

 

-Así, así…mu bien…lo he cogío.

Y extrajo una bolsita de plástico que contenía un papel enrollado.

El matrimonio estaba atónito, no podrían haber hablado más que En su Idioma . La emoción les bloqueaba la dicción en español, motivo por el cual la narradora ha optado por no aventurarse por diálogos en el idioma original con el fin de no aburrir al lector.

Como es de imaginar la protagonista es la esforzada Demetria, que, en este momento ha dejado la verde antigualla en la mesa y desenrolla el papel.

-Si ustés saben leer español…porque una servidora satasca…o si no voy a buscar a la maestra.

Con delicadeza y muchísima curiosidad la Sra. Extranjera le cogió el papel y leyó:

“Como veo que me muero quiero dejar a la Demetria esta cosa histórica que ha pasao, en mi familia, de generación en generación.

En la época del Emirato árabe se impulsó la ciencia hastal punto de fabricar este botijo , carísimo entonces,  con el que se pué jacer con poca agua , guisos en el desierto.

Lo he probao y aguanta al fuego porque es vitrificao. Lo que se cocina sale muy rico.

Se lo deho a mi amiga Demetria, por buena y zimpática, que ha alegrao mis últimos días.

¡Si no juera porque mestoy muriendo, te pediría que te cazaras  conmigo!.

Adiós”. Firmado: Eladio El Risueño.

Posdata: Pa manejarlo a la parte trasera de la hoja.

 

-¡ Oh, oh, tecnológic –decían a coro los veraneantes.

-Desluego el botijo es mu majíco, pero si ustés hubieran conocío al Eladio…con lo bromista quera….

-Nosotgos compgag a ti Demetgia –ofreció él.

-No eso no estaría bien. Los deseos de un muerto hay que respetarlos. Que una es mu creyente. Pero les prometo que mientras estén en el pueblo les voy a guisar en el botijo. Talmente como si ustés fueran morabitos del desierto.

 

Una vez leidas las instrucciones descubrieron la muesca que hacía fácil abrirlo. No más de mmedio vaso de agua y una cucharada  de aceite de oliva. Fuego mínimo.

Los extranjeros alabaron mucho el pollo al chilindrón.

 

Hay que decir que Demetria no andaba descaminada, si bien, los autores de la broma eran dos: Eladio,para quien tenemos un recuerdo afectuoso, y Eleuterio.

Se hicieron muy amigos por la coincidencia de letras de sus nombres y, como Eleuterio era alfarero, idearon aquel botijo-olla que nadie compró, aunque funcionaba.

Pero el texto de las inscripciones no era de ellos. Se debía a un amigo del otro lado del Estrecho que, dicho sea de paso, escribía muy mal en árabe. La primera línea decía:

“Javivi. Alí Babá y Simbad el marino, cuanndo no estaban de viaje, comían lo que cocinaba este puchero”.

En las otras dos líneas decía cosas raras acerca del sentido del humor y la convivencia de culturas distintas.

 

 

viernes, 29 de noviembre de 2013

Maricarmen Colodrero "La noche inesperada"


           

 

La noche inesperada

 

Octubre 2013.

La noche vino de pronto, como una cascada de sombra y oscuridad.

Le cogió leyendo, y cuando la última letra se deshizo en la negrura de la habitación, se dio cuenta de que aquella era la primera, después de muchas noches, en que no estaba invitado a una cena social, de fraternidad o de amigos íntimos.  Tampoco estaba citado con alguna de sus beldades.

Era cosa reconocida por todos y todas que las mujeres se le daban pero que muy bien.

Sin embargo, no era un hombre guapo, ni vanidoso.

Cuando conocía  de nuevas a una fémina, todo su ser quedaba fascinado por el misterio de una naturaleza tan distinta de la suya y, entonces, se sentía como un explorador del universo.

No recordaba en qué momento de su vida había convertido sus relaciones amorosas con el otro sexo en el mejor de los viajes siderales.

Cuando se sintió por completo bañado en aquel mar de tinta china, cuando se perdieron las referencias visuales, se levantó de la butaca y , a tientas, cogió la chaqueta, comprobó que llevaba las llaves  y salió a la calle.

 

De modo ocasional oía el motor de un coche al arrancar, alguien que abría un portal, sonidos difusos de televisores, retazos de conversación o el remoto fragor de la circulación en el centro de la ciudad.

Las luces que se filtraban por las cortinas de las ventanas eran escasas y se le antojaron luciérnagas moribundas desperdigadas bajo un cielo sin estrellas.

 

La primera farola iniciaba un trayecto mal iluminado, pero recto y largo.

 Al poco un perro sin dueño se acercó a olisquear sus pantalones. Le dio un golpecito en el lomo.

-Amigo, lo que buscas está un poco más adelante – le dijo señalando la farola siguiente.

Como si le hubiera entendido el animal emprendió un trotecillo vivo hasta ejercitar su olfato y levantar la pata.

Anduvo algo más y percibió Una sombra indistinta que se dirigía hacia él. De más cerca se fijó en sus movimientos banboleantes, inseguros y con derrotero incierto.

Lo primero que pensó, al reparar en las faldas, es que se trataba de una borracha o una furcia, o las dos cosas.

Cuando la figura femenina entró en la zona de máxima visibilidad, de un vistazo valoró sus encantos, pero al momento notó, viéndola dar un traspiés, que o la borrachera estaba en un punto definitivo o aquella mujer se encontraba mal.

-¿Necesita ayuda, señorita?.

Tuvo el tiempo justo para recogerla en sus brazos, adoptar la postura de paje y reclinarla sobre su muslo.

Volvió la cabeza a un lado y otro buscando algún transeúnte , pero no había nadie en la calle.

Como pudo, mientras elevaba una oración muda a cualquier divinidad, buscó y por fin encontró el móvil. Menos mal que sabía el nombre y la numeración aproximada de la calle

-Esté tranquilo, llegamos enseguida –le alentaron desde el Sámur.

 

En esa posición incómoda, lo mejor era buscar el pulso en el cuello. El latido era débil pero estaba.

A pesar de que el peso de ella tendía a desnivelarle, había notado la suavidad de su piel y apreciado de cerca su rostro,  así como su esbeltez y las líneas rotundas y laxas de todo su cuerpo.

 

-         ¿Puedo ir con Vds?. Prefiero asegurarme de que no va a estar sola hasta que se localice a algún allegado.-Si, claro. Venga .

 

Bajo las luces polvorientas de los tubos de neón, sentado entre familiares que esperaban la llamada del médico para informarles, pasó una hora.

-Siéntese, por favor –le decía el médico- Hemos localizado al novio, ya viene para acá.

-¿Y ella, ¿Cómo está?.

-Se recupera bién, ha sido una bajada de tensión. El resultado de mucho trabajo y pocas ingestas regulares.

-¿Puedo verla, ya habla? No me importa acompañarla hasta que llegue el novio.

-Creo – respondió el doctor- que a ella no le parecerá mal.

 

Estaba dormida y tenía buen color.

Mientras la tuvo reclinada sobre si en la calle, lo que le había impresionado más había sido su fragilidad. La sensación de tener en los brazos una bonita muñeca rota.

Sin embargo ahora, mirándola con detalle al rostro, encontró algo muy distinto: Sin ser una belleza sus facciones eran muy correctas, armoniosas. Tenía una pequeña arruga en el entrecejo y , quizá por la postura, parecía que sonreía.

Comenzó a preguntarse qué hacía él escudriñando la cara de una desconocida, intentando adivinar cómo sería despierta.

Estaba casi elucubrando sobre la posibilidad de que despertara en sus brazos, cuando alguien entró en el cubículo.

Le cogieron  desprevenido sus propios sentimientos al ver que el recién llegado depositaba un beso en los labios de ella.

Hablaban en un susurro pero les oía.

-¡Ah! Cariño eres tu.

-¿Estás ya bien mi amor?. ¿Qué te ha passado?.

-Me he desmayado en la calle. Parece ser que un señor llamó al Sámur. Me gustaría agradecérselo. Pregúntale a la enfermera a ver si sabe si está aún en el hospital.

-No hace falta nada de eso –decía aquel hombre- , con que vuelvas la cabeza vas a conocer a tu ángel de la guarda. Buenas noches, perdone que aún no le haya saludado.

-No tiene importancia. Lo primero es lo primero –contestó él mientras dedicaba una sonrisa a la convaleciente.

La mirada de ella fue tan dulce…tan intensa y profunda…, que le costó sonreir porque nunca había sentido nada parecido.

-Raúl y yo nos casaremos la semana que viene. Queda invitado a la boda.

-Gracias –dijo inmerso en un torrente de sentimientos desconocidos.

Raúl le tendió la mano por encima de la cama y él dijo:

-Alberto.Por favor no me llameis de usted.Además debemos tener casi la misma edad.

Volvió la cabeza para sonreirle a ella y se encontró con unos ojos serios que le observaban.

-Danos el número de móvil. Te llamaré.

Con el rabillo del ojo vió un difuso gesto de malestar en la cara de Raúl. ¿Lo vió, o lo imaginó?.

 

-Bueno…me voy, ¿Puedo darte un beso en la frente?.

-Claro que sí –dijo ella y cerró los ojos para recibirlo.

 

Eran las dos y media de la mañana, los taxis estaban allí mismo. Cogió uno.

En el asiento de atrás, fogonazos de claridad de distinta intensidad jugaban con los volúmenes del interior del coche.

Sentía que, ahora, su nombre estaba perdido en el móvil de un rival y que no volvería a verla nunca más.

 

 

Textos invitados: María Ángeles González "El entierro de Argimiro Fuentes"


El entierro de Argimiro Fuentes

 

 

El día de la muerte de Argimiro Fuentes amaneció despejado. Pero a las cuatro de la tarde ya las nubes, empujadas por un viento repentino, ensombrecían todo el cielo. Las campanadas graves y pausadas del toque de difuntos se entremezclaron con los primeros truenos. Tal vez por eso, porque nadie escuchó el anuncio, sólo el cura y su ama -que también tuvo que amortajarle- velaron esa noche el cadáver.

 

Pero a la tarde siguiente ya nadie pudo fingir que no sabía. Tras los visillos, desde el fondo de los oscuros zaguanes, abiertos, todos los ojos de aquel pueblo observaron el tosco cajón de pino en el que Argimiro Fuentes recorría por última vez las calles embarradas. Como tampoco apareció ningún hombro que lo llevara, el cajón iba sobre un carro tirado por una  mula vieja.   

 

Una lluvia menuda y fría, que no había cesado desde la víspera, iba calando al cura, que tiraba del ronzal y caminaba al resguardo de un paraguas negro, enorme, con las varillas torcidas.  Nadie más acompañaba al cuerpo. Flotaba en el aire un espeso silencio: se había interrumpido toda labor,  el ganado estaba recogido en los establos. Mientras el mísero cortejo avanzaba despacio, sólo se oía el leve repiqueteo de la lluvia sobre el cajón.

 

Desde una ventana un hombre gritó.

 

—¡Padre, déjelo! ¡Al arroyo con él, ese perro no merece descansar con los nuestros!  

 

La tarde se llenó de voces airadas.  Desde cada casa, al paso del carro, todas las bocas del pueblo fueron escupiendo sus injurias sobre Argimiro Fuentes. No maldecían al viejo consumido que había regresado hacía unos meses, apenas una sombra de sí mismo. En lo que a aquel hombre se refería, el tiempo se había detenido: la memoria colectiva quedó embarrancada en una noche de enero de hacía más de veinte años.   

 

            El cura se detuvo, plegó el paraguas, y extendió las manos bajo la lluvia.

—Ya pagó lo que debía en este mundo, dejad que descanse en paz —dijo, recorriendo  la calle con la mirada. 

 

            Una piedra fue a enterrarse en el barro, junto a sus botas empapadas. Luego cayó otra, que rebotó en el cajón con un golpe sordo. Parecía una señal convenida, de todas las ventanas empezaron a llover piedras y tacos de madera. Hasta cucharas, tazas y alguna cazuela cayeron sobre el cura, el carro y la carga.

 

            Corrió a cobijarse junto a una casa, pero ya nadie le arrojaba nada. Se concentraron, ahora con mayor violencia, en el cajón de pino.  Desde su refugio el cura les increpó.

 

—¡Cobardes, no tuvisteis arrestos para enfrentarle entonces, sólo ahora os atrevéis con él! ¡Cobardes, desalmados! ¿No habéis tenido bastante con matarle? Sí, vosotros le habéis matado. De hambre y desprecio, de abandono. 

           

Por un momento, pareció que menguaban las pedradas. Quizá las palabras del cura hacían vacilar las manos que se escondían en las casas. Pero enseguida volvieron a ensañarse con el ataúd.  De nuevo arreciaron los insultos, que, desde que empezó la tormenta de piedras, habían cesado; como si no fueran necesarios porque ya los actos lo decían todo.

 

Entonces un hombre apareció al final de la calle.  No era muy alto, pero sí robusto. Llevaba una capa de agua, oscura, que le llegaba a media caña de las botas recias, y un sombrero negro tan encajado sobre la frente que apenas se distinguían los ojos. Algo en su forma de caminar anunciaba un propósito. Ignorando las piedras y los improperios que vomitaban las ventanas, se plantó en dos zancadas junto al carro, sacó una escopeta de entre los pliegues de su capa y disparó al aire.  

 

Durante unos minutos la tarde recobró la calma, otra vez pudieron escucharse las gotas de lluvia bailando sobre el cajón de pino.  El hombre llamó al cura, que seguía al resguardo del muro, y señaló con la escopeta hacia adelante. El sacerdote dudó un momento, luego agarró el ronzal de la mula y el carro enfiló la calle hacia las afueras del pueblo.

 

 El cortejo, ahora escoltado por el hombre de la capa, avanzaba despacio cuando una piedra fue a estrellarse en el cajón. El forastero se giró rápidamente e hizo varios disparos a las ventanas. Cuando cesaron los gritos y el estrépito de cristales rotos se encaró con las puertas cerradas.

 

—Aquí nadie va a tocar al muerto—dijo despacio y  sin alzar la voz que, no obstante, pareció rebotar en las paredes—. O me lo llevo con él.

 

            Después de eso ya nada interrumpió la marcha hasta el cementerio. El cura quería preguntar, quería saber. Pero miró de reojo al  desconocido y decidió callar. Hicieron el resto del camino en silencio y, sin pronunciar palabra, empapándose bajo la lluvia fría,   cavaron la tumba.

 

 No pudieron bajar el cajón. Hacían falta al menos cuatro hombres para sujetar las gruesas cuerdas que se usaban para el descenso. Antes de que el cura pudiera decir nada, el hombre había roto la caja con el canto de la pala y Argimiro Fuentes, envuelto en una sábana remendada, les miraba, los ojos agrandados en un último espasmo.  El forastero alzó el escuálido cuerpo en brazos y lo dejó caer en la fosa. A los pies de la tumba, sin hacer caso de la lluvia que resbalaba desde el ala del sombrero y se le metía por el cuello de la capa, esperó a que el cura terminara su responso. Y después, mientras el sacerdote comenzaba a arrojar paladas de tierra húmeda, cargó la escopeta y descerrajó tres tiros sobre el cadáver. “Este muerto era mío”, dijo. Luego desapareció tras el portón del cementerio.

 

 

 

 

MaG Pascual

octubre 2013

María Dolores de León "Adiós, Walt Disney"


                            ADIÓS,  WALT  DISNEY

                                        Loles de León

                                           21.11.13

 

            Leído en el Arkansas City Star: “Tras 47 años de criogenización, la familia de Walt Disney se plantea el sacarle de su estado de conservación. Dados los adelantos tanto  de la medicina como de la tecnología esperan que el proceso y posterior transplante del órgano dañado se efectúe con éxito. Les mantendremos informados del desarrollo de los acontecimientos.” 

 

            La noticia se extendió por todo el edificio. Se formaron grupos en los distintos archivos. Con el guirigay imperante las conversaciones resultaban un desgaste inútil de energía. Se veían bracitos sin manos,  gesticulando junto a brujas carentes de nariz y de escoba, otros daban saltitos sobre unas patas o piernecillas pendientes de los remates correspondientes. Seres pergeñados a la espera del acabado definitivo. Bocetos  que despertaban a la esperanza, tanto tiempo aletargada,   de una vida plena.  Se imaginaban, tras el arte final, triunfando en series de dibujos animados o bien en comics.  Se señalaban mutuamente, por enésima vez,  sus carencias. El olor a papel viejo y a polvo impregnaba el aire.

             El anciano Mortimer intentaba  inculcarles un mínimo de  cordura : “¡Vamos, vamos, un poco de orden! Cada cual  a su archivador. Tanto  revuelo os  puede perjudicar… Vamos, tú,  el avioncito, a tu sección. Las ratas, ratones y ratoncillos a la R; Dinosaurios a la D… Cada uno al lugar que le corresponde…” Una vocecilla aguda le interrumpió: “Que conste, yo exijo el rosa con lunares en malva. ¡Ah, y el lazo en color pistacho!” Se trataba de una pequeña dinosauria, un gracioso dibujo a línea, sin colorear;  no se resignaba a parecer un fantasma  plano.

             El avioncito sin hélice que todavía planeaba practicando el vuelo rasante,  levantó la voz: “A mi nada de azul celeste, ya no se lleva; a mi me molan los plateados, y la hélice la quiero grande y en negro. Así me tomarán en serio…”

             Mortimer, distribuía con generosidad las palabras que cada uno deseaba escuchar. Cuando se hubo reestaablecido la calma, él, desde su rinconcillo de observación, dejó fluir las propias ilusiones tanto tiempo reprimidas. Él había sido  el ratón primigenio, el detonante del éxito de Disney. Bien es verdad que Walt no le había provisto de zapatos ni de guantes como al usurpador llamado Mickey Mouse.  Aquel advenedizo   se había adueñado de  sus éxitos en los  Estudios Disney. Si él volvía,  exigiría justicia y la  restitución de  lo que se le debía. Con estos sueños se adormeció.

           

            Noticia aparecida en el Morning Star: “La familia de Walt Disney da su conformidad  a la descongelación del cuerpo del mago de los dibujos animados. En breve se iniciará el proceso. Les mantendremos informados”.

           

            Mortimer previendo la algaraabía de aquel comunicado , retiró  la prensa a la que solían acceder  los internados. Quería evitarles el estrés que tanto perjudicaba a su estado de conservación. Sin embargo, al día siguiente no llegó  a tiempo .

             Ruidos de papel rasgado, lamentos, cristales rompiendose contra el suelo… Estuvo a punto de sufrir un infarto al entrar en aquella sala. Todo el suelo estaba cubierto de cartulinas en cachitos, tinteros volcados, lapiceros de colores atravesando  personajes; se ayudaban a morir. Los que permanecían intactos se lanzaban al suelo, intentando suicidarse, como lo habían hecho la mayoría. ¿Qué les había llevado a tal desesperación? Los desafortunados que se mantenían enteros,  se lanzaban  sobre las tintas derramadas y allí permanecían hasta quedar bien empapados. Otros se arrastraban sobre los cristales rotos para infligirse raspaduras letales.

            A Mortimer, las lágrimas le medio empañaron  las gafas de media luna. Aquello era el Apocalipsis. Nunca aquellos bocetos del genial Disney serían acabados; ninguno aparecería en cine ni en publicación alguna.

            El también se sintió aplastado por una decepción mortal.

En el rincón, ajeno al  dolor causado, con fingida inocencia, yacía  el Morning Star; se envolvió en él y con el cuter, a la altura de la noticia se asestó varias  puñaladas.

           

            Con la desaparición de Mortimer y del resto de los bocetos primitivos de Walt Disney, el edificio destinado a Archivo Histórico Disney, carecía de sentido. Posiblemente lo destinarían a apartamentos de lujo.

 

            Por cierto, el narrador ha omitido hasta la fecha, por respeto a los inmolados,  la noticia que provocó el suicidio colectivo.

           

            “La descongelación de los restos de Walt Disney ha sido aplazada sine die. El Morning  Star ha sabido de fuentes generalmente bien informadas que la familia reclama una indemnización archi millonaria por los dañños irreparables sufridos por el cuerpo durante el traslado.”