Escándalo
16 mayo
2013.
Si, en
efecto comenzó siendo una boda poco habitual. Ello se debía a varias
circunstancias: Los padres de los novios aún no se conocían, sólo habían
hablado por teléfono.
Esperanza
y Pablo, padres de la novia, Ana, vivían
en otra población muy alejada y llevaban varios meses inmersos en una desgracia
familiar consistente en la hospitalización prolongada de sus respectivos madre
y padre. O sea , la madre de Esperanza y el padre de Pablo . O lo que es lo
mismo: la abuela materna y el abuelo paterno de Ana.
Por eso
ante la puerta de la parroquia estábamos todos expectantes, aguardando el
momento en que Esperanza y Pablo aparecieran.
El que
estaba más nervioso era el señor cura porque se le iba a juntar esta boda con
la siguiente.
Pero
por fin llegaron a tiempo.
Yo,
como amigo íntimo de la familia de el novio, Pedro, me encontré en medio del
barullo murmulleante de presentaciones y justificaciones del retraso.
Por eso
pude ver con detalle las reacciones de unos y otros: Ramón, padre de Pedro,
tenía mala cara y a duras penas mantenía el protocolo.
Esperanza
y él se habían mirado de una manera... que a mis ojos fue rara. Como si no
supieran cómo reaccionar. Cuando por fin se dieron la mano, las tuvieron unidas
demasiado tiempo, tanto es así, que las miradas de los de alrededor preguntaban
sin palabras : ¿Qué está pasando?.
Gracias
a Dios los asistentes no eran muchos. Los familiares de segundo grado y los
amigos se mantenían en el círculo exterior, con escasas incursiones en el
núcleo de la efeméride.
-Papá,
estás rojo, como si tuvieras un sofocón. Peor hubiese sido si se te casara una
hija – le decía Pedro a ramón.
Entonces
vimos cómo mi amigo palidecía de súbito.
-Estás
necesitando un poco de mi reconstituyente. Anda dale un chupito a la petaca de
brandi – le dije sac´ándola del profundo bolsillo del pantalón.
La
verdad es que yo estaba preocupado, las personas principales del evento se
comportaban ignorantes de las normas mínimas en estos casos.
Esperanza
y Pablo estaban en un têt a têt inoportuno: ella estaba todavía más pálida que
su consuegro y su esposo la miraba casi boquiabierto.
Las
únicas que mantenían una actitufd conveniente, aunque no usual, eran Maite, la
madre del novio con su futura nuera. Ellas por lo menos sonreían y tenían la
tez algo arrebolada por las emociones.
En
esto, salió el coadjutor.
-El
señor párroco está esperándoles en el altar. Si son tan amables de pasar al
templo………A todos se nos puso cara de niños cojidos en falta, pero con cierta
torpeza y poca velocidad se formó la comitiva nupcial y sonó la música de un
armonio con ritmo vivaz.
Como es
costumbre iniciaron la marcha Ana enlazada a Pablo, a continuación Maite con su
hijo Pedro, hacia quien volvía con regularidad un rostro alegre
Esperanza
y Ramón les seguían sin agarrarse del brazo y no dejaron de hablar durante el
trayecto hasta el pie del altar.
Como yo
iba detrás de ellos, encabezando el grupo de los asistentes, pude ver sus
perfiles desencajados que se volvían con frecuencia al otro.
Tan
sólo me llegaron fragmentos de lo que decían, fragmentos que mas adelante me
completaría mi amigo.
“Es mi
única hija”.
“Hay
que pararlo”.
En el primer banco de la
derecha, delante de mi, estaban Maite yRamón. La inquietud hacía estragos en el
cuerpo de él que a menudo se pasaba las manos por la cara y la cabeza.
Maite
le recriminó : “¡Por Dios! ¿Quieres estarte quieto?”.
En el reclinatorio
al otro lado del pasillo Esperanza y Pablo se hallaban inmersos en un
conciliábulo del que no se entendía nada pero que producía un zumbido
molesto y más intenso que el suave siseo
del resto de los concurrentes.
-Hermanos
en Cristo, os ruego guardeis el debido respeto para que podamos celebrar el
sagrado sacramento del Matrimónio.
Se hizo
un silencio absoluto. El tiempo se
detuvo.
Las palabras
del sacerdote sonaron, de pronto, solemnes y amenazadoras:
“Si
entre los presentes hubiese alguien conocedor de algún impedimento para llevar
a cabo esta unión, yo le conmino a que hable ahora o calle para siempre”.
La voz
desfigurada de Ramón se repartió reverberante por la iglesia:
“Yo soy
el padre de la novia”.
La
respuesta nerviosa y aguda de Maite fue inmediata:
“Estás
loco”.
De los
bancos surgieron exclamaciones, las
maderas crujían . Las manos tapaban las bocas para ahogar la desagradable sorpresa.Muchos
se tapaban el rostro para no ver, y, en todos los ojos destellaba un sentimiento de reprobación.
Los
novios se habían vuelto hacia los asistentes.
-A tu
padre se le ha ido la olla- dijo Ana.
Esperanza
y Pablo salieron de su banco y en ese momento Ramón se desplomó, con las
piernas dentro del reclinatorio y el torso en el pasillo.
-¡Un
médico! –gritó Maite- ¡Señor qué desgracia!
Las dos
mujeres y Pablo se precipitaron sobre el cuerpo desmadejado.
Varios
hombres tendieron al desmayado sobre la dura madera. Apareció un médico pero
sin útiles de su oficio. practicó los auxilios más elementales. Tenía pulxo. Se
recuperaría.
Yo
volví a sacar la petaca de brandi.
Los
padres de la novia se dirigieron hacia ella y en pocos momentos los cuatro
estaban llorando.
El
sacerdote petrificado, tardó en reaccionar y , cuando lo hizo, dijo:
“Esperemos
a que vuelva en si y se explique”.
Entonces respondió Esperanza:
“Ha
dicho la verdad. Mi familia no consintió en que nos casáramos. Le echaron del
pueblo. Él no tuvo culpa de nada”.
Pablo
abrazaba alternativamente a su mujer y a su hija.
Pedro
se había quedado mudo y no podía dar un paso.
Ana se
volvió a Pedro, los dos se miraron desconcertados y tristes. Con las mejillas mojadas se tomaron por
última vez de las manos.
- Ahora,
¿Qué voy a hacer sin ti?.
-Y,
¿Qué será de mi vida sin ti, pero con tu recuerdo?.
Los dos
se abrazaron gimiendo su dolor.
El
sacerdote llegó a toda prisa para separarlos.
-Lo
principal es que se ha evitado que , sin saberlo, cometiéseis un pecado
abominable . La misericordia del Señor permitirá que rehagais vuestras vidas.
-Vamos
a ver si Ramón se encuentra mejor –dijo Esperanza, mientras desacía el abrazo
de los dos jóvenes.
Entre
exclamaciones de ¡Dios mío!, ¡Mamá!, e ¡Hijo mío!, Maite y Pedro lloraban
abrazados.
Ana
reposaba su cabeza sobre el pecho de su padre mientras Esperanza le acariciaba
la cabeza susurrándole palabras de cariño y consuelo.
Ramón
comenzó a despertar. Entre varios le sentamos con las piernas hacia el pasillo.
Tras un
momento de inmovilidad y desconcierto comenzó a verter un torrente de lágrimas
mientras decía con voz entrecortada:
-Perdón,
perdón a todos, en especial a ti , hijo mío, y a ti , Maite,no creo que podais perdonarme.
Se
llevó las manos al rostro para llorar en abundancia.
Los
pañuelos de los hombres de alrededor se le ofrecían para enjugar su pena.
Maite
fue la primera en darse cuenta de que la mitad de los congregados habían
desaparecido.
-¡Qué
vergüenza…. Qué vergüenza!
Esperanza
se acercó a ella:
-Tu
marido sólo te ama a ti. Lo nuestro sucedió hace ya mucho tiempo. Olvida y
perdona.
-No
creo que pueda…¿Cómo ha podido ocultarme algo así durante tantos años?.
-Para
no perderte. Mi padre y mi madre se portaron con él de modo muy injusto. Ramón
es un hombre bueno que te quiere.
Padre e
hijo derramaban sus lágrimas al unísono.
-Perdón,hijo
mío, perdón.
Pedro
no respondía , sólo gemía.
-disculpen
–intervino el señor cura-, lo siento, pero deben abandonar el templo, los de la
boda siguiente llevan esperando cinco minutos y este no es lugar apropiado para
sus expresiones de congoja y lamentos. El Señor les acompañe.
Lo más
rápido que pudimos salimos de la iglesia.
Fuera
del edificio los seis hubieron de soportar el murmullo de las conjeturas de
desconocidos, ya que no salía una nueva pareja feliz, sino dos tríos de ojos
enrojecidos.