miércoles, 12 de junio de 2013

Juan Carlos Coronel "La yegua"



     LA YEGUA


     En el centro del valle, junto al río, muchas tardes se ve el trote solitario de una vieja yegua blanca, su silueta reflejada en
el agua es su única compañía.

     De potrilla, junto a su madre, se había acostumbrado, a ir siempre a la cabeza de los demás. Un hermoso corcel, siempre
tras sus pasos, la seguía dócilmente, ambos, se alzaron con el liderazgo del grupo, sin ninguna oposición, los demás miembros, acataban sumisos a la pareja, sus órdenes, en la mayoría de ocasiones, y viendo que nadie, osaba protestar,
los dos equinos, tomaban los caminos más convenientes para ellos, aunque la marcha fuese´más larga y fatigosa para
el resto del grupo, no importaba, al fin cuando llegaban al lugar elegido, una verde pradera, repleta de hierba jugosa y tierna, todos convenían que había merecido la pena el empeño.

   Un mal día, el corcel, amaneció rígido, tumbado sobre el pasto, sin ningún signo de vida.
-Hay que continuar la tarea, aunque sea sin él, es la ley de la vida hermanos.
   Así fue como nuestra protagonista asumió el mando absoluto de la yeguada, algunos fieles aduladores, se acercaron a ella con propósito de hacerle menos ingrata su tarea, ella soberbia, altiva, despreció sus consejos, y continuó, dirigiendo a su manada como siempre, llevándola hacia donde ella quería ir, no conocía otra forma de hacerse respetar.

   Poco a poco, fueron apareciendo algunas voces, que cuestionaban sus órdenes, en principio, eran pocos, y no metían demasiado ruido, a los primeros disconformes se unieron más, cada vez más, reclamaban un pacto entre todos los equinos del grupo para decidir la ruta a seguir, por contra, los partidarios de la Yegua, argumentaban que si hasta ahora,
había dirigido con éxito a todos ¿por qué no iba a continuar haciéndolo?

   La yegua blanca, se iba haciendo vieja, no asumía el paso de los años, que ya no era la misma que cabalgaba junto a
su compañero, cada día el grupo se disgregaba más y más, cada uno se unía a quien mejor se amoldaba, hasta sus más fieles habían quedado por él camino.

   Una tarde trotó
 por el centro de un valle, junto a un río, se detuvo un instante, el reflejo del agua le devolvió su única
silueta: se había quedado sola.


FIN

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