miércoles, 19 de junio de 2013

Maricarmen Colodrero "Edad para recordadr"


Edad para recordar

 

18 junio 2013.

Un gato dorado hacía equilibrios entre las chimeneas.

 

 Había transcurrido mucho tiempo sin mirarse al deslucido espejo que colgaba sobre el deteriorado lavabo. Había quedado atrás la época en  que no quería ver su imagen porque su propio envejecimiento la alteraba, le daba miedo.

Eso ya pasó, de modo que ahora podía estudiar cada arruga de su cara sin inmutarse. Más bien le gustaba, ya que a través de cada pliegue minúsculo remontaba el río de su vida . Así podía atribuir a cada arruga un acontecimiento, un sentimiento y los rostros de muchas personas.

¿Ves?. Todo puede cambiar de un día para otro, incluso los afectos y los comportamientos. A ella aquello de mirarse en el espejo y recordar le marcaba el tiempo de la jornada.

Primero aparecía el gato dorado y luego ella se entregaba mansamente al torrente del pasado mientras se lavaba con lentitud.

Todavía, despacito, bajaba las escaleras, desde la buhardilla, para dar un corto pàseo o comprar algo que comer.

Sus ahorros no le daban para mucho, pero cada vez tenía menos apetito.

 Se encontraba bien y, sin embargo las escenas de su vida anterior se mezclaban con las que podía imaginar respecto al futuro.

Los remotos banquetes y los caprichos del gusto se veían borrados por las imágenes de enfermedad, sufrimiento y soledad.

Braulio vivía en el primero izquierda, tenía tres años más que ella y acechaba sus pasos para hacerse el encontradizo.

Ella sabía con exactitud cuales eran las zonas de su arrugado rostro que se activaban cuando se lo encontraba. Coincidían con las pequeñas líneas que, hacía mucho, se habían formado con la compañía de Mario.

Mario no fue nunca su marido, su novio, ni su amante. Era un compañero de trabajo con el que compartió frecuentes ratos para desayunar y todos los huecos posibles del horario laboral.

La verdadera amistad es cosa muy rara y más valiosa que el más voluptuoso de los amores.

-Si tu quisieras….- le decía Braulio.

Pero ella no quería….prefería en su corazón, no los ardores del amor, sino el suave calor de la amistad.

Siempre había sido así y no pensaba cambiar ahora.

Y luego estaba aquello que sólo sintió una vez. Aquel deseo rotundo de abandonarse a él, a sus brazos.

Para aquello no había arrugas identificadas. Tan sólo el amago de una lágrima.

Físicamente Había sido su ideal y supo darse cuenta a tiempo de que él no la amaba, sólo la deseaba.

Cada día le costaba más prepararse la comida y mantener limpia la casa. Pero eso no era nada frente  a la tristeza que la invadía algunas tardes. O esa soledad que se precipitaba sobre ella algunas noches.

Entonces su ánimo dudaba de todo y veía con claridad imágenes de una vida que no pudo ser. El hombre fiel, cariñoso, un verdadero compañero que le hubiese dado hijos.

Su razón le argumentaba que su decisión fue la correcta, pero no podía sustraerse a aquellos recuerdos que con frecuencia permanecían en una lejana bruma.

Después de una corta siesta la tarde se movió con lentitud hasta el ocaso.

La oscuridad desdibujó el contorno de los tejados, la cama le pareció un refugio donde el sueño acabaría con el pensamiento.

 

El sol volvió a entrar en la buhardilla y un gato dorado hacía equilibrios entre las chimeneas.

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