viernes, 29 de noviembre de 2013

Maricarmen Colodrero "La noche inesperada"


           

 

La noche inesperada

 

Octubre 2013.

La noche vino de pronto, como una cascada de sombra y oscuridad.

Le cogió leyendo, y cuando la última letra se deshizo en la negrura de la habitación, se dio cuenta de que aquella era la primera, después de muchas noches, en que no estaba invitado a una cena social, de fraternidad o de amigos íntimos.  Tampoco estaba citado con alguna de sus beldades.

Era cosa reconocida por todos y todas que las mujeres se le daban pero que muy bien.

Sin embargo, no era un hombre guapo, ni vanidoso.

Cuando conocía  de nuevas a una fémina, todo su ser quedaba fascinado por el misterio de una naturaleza tan distinta de la suya y, entonces, se sentía como un explorador del universo.

No recordaba en qué momento de su vida había convertido sus relaciones amorosas con el otro sexo en el mejor de los viajes siderales.

Cuando se sintió por completo bañado en aquel mar de tinta china, cuando se perdieron las referencias visuales, se levantó de la butaca y , a tientas, cogió la chaqueta, comprobó que llevaba las llaves  y salió a la calle.

 

De modo ocasional oía el motor de un coche al arrancar, alguien que abría un portal, sonidos difusos de televisores, retazos de conversación o el remoto fragor de la circulación en el centro de la ciudad.

Las luces que se filtraban por las cortinas de las ventanas eran escasas y se le antojaron luciérnagas moribundas desperdigadas bajo un cielo sin estrellas.

 

La primera farola iniciaba un trayecto mal iluminado, pero recto y largo.

 Al poco un perro sin dueño se acercó a olisquear sus pantalones. Le dio un golpecito en el lomo.

-Amigo, lo que buscas está un poco más adelante – le dijo señalando la farola siguiente.

Como si le hubiera entendido el animal emprendió un trotecillo vivo hasta ejercitar su olfato y levantar la pata.

Anduvo algo más y percibió Una sombra indistinta que se dirigía hacia él. De más cerca se fijó en sus movimientos banboleantes, inseguros y con derrotero incierto.

Lo primero que pensó, al reparar en las faldas, es que se trataba de una borracha o una furcia, o las dos cosas.

Cuando la figura femenina entró en la zona de máxima visibilidad, de un vistazo valoró sus encantos, pero al momento notó, viéndola dar un traspiés, que o la borrachera estaba en un punto definitivo o aquella mujer se encontraba mal.

-¿Necesita ayuda, señorita?.

Tuvo el tiempo justo para recogerla en sus brazos, adoptar la postura de paje y reclinarla sobre su muslo.

Volvió la cabeza a un lado y otro buscando algún transeúnte , pero no había nadie en la calle.

Como pudo, mientras elevaba una oración muda a cualquier divinidad, buscó y por fin encontró el móvil. Menos mal que sabía el nombre y la numeración aproximada de la calle

-Esté tranquilo, llegamos enseguida –le alentaron desde el Sámur.

 

En esa posición incómoda, lo mejor era buscar el pulso en el cuello. El latido era débil pero estaba.

A pesar de que el peso de ella tendía a desnivelarle, había notado la suavidad de su piel y apreciado de cerca su rostro,  así como su esbeltez y las líneas rotundas y laxas de todo su cuerpo.

 

-         ¿Puedo ir con Vds?. Prefiero asegurarme de que no va a estar sola hasta que se localice a algún allegado.-Si, claro. Venga .

 

Bajo las luces polvorientas de los tubos de neón, sentado entre familiares que esperaban la llamada del médico para informarles, pasó una hora.

-Siéntese, por favor –le decía el médico- Hemos localizado al novio, ya viene para acá.

-¿Y ella, ¿Cómo está?.

-Se recupera bién, ha sido una bajada de tensión. El resultado de mucho trabajo y pocas ingestas regulares.

-¿Puedo verla, ya habla? No me importa acompañarla hasta que llegue el novio.

-Creo – respondió el doctor- que a ella no le parecerá mal.

 

Estaba dormida y tenía buen color.

Mientras la tuvo reclinada sobre si en la calle, lo que le había impresionado más había sido su fragilidad. La sensación de tener en los brazos una bonita muñeca rota.

Sin embargo ahora, mirándola con detalle al rostro, encontró algo muy distinto: Sin ser una belleza sus facciones eran muy correctas, armoniosas. Tenía una pequeña arruga en el entrecejo y , quizá por la postura, parecía que sonreía.

Comenzó a preguntarse qué hacía él escudriñando la cara de una desconocida, intentando adivinar cómo sería despierta.

Estaba casi elucubrando sobre la posibilidad de que despertara en sus brazos, cuando alguien entró en el cubículo.

Le cogieron  desprevenido sus propios sentimientos al ver que el recién llegado depositaba un beso en los labios de ella.

Hablaban en un susurro pero les oía.

-¡Ah! Cariño eres tu.

-¿Estás ya bien mi amor?. ¿Qué te ha passado?.

-Me he desmayado en la calle. Parece ser que un señor llamó al Sámur. Me gustaría agradecérselo. Pregúntale a la enfermera a ver si sabe si está aún en el hospital.

-No hace falta nada de eso –decía aquel hombre- , con que vuelvas la cabeza vas a conocer a tu ángel de la guarda. Buenas noches, perdone que aún no le haya saludado.

-No tiene importancia. Lo primero es lo primero –contestó él mientras dedicaba una sonrisa a la convaleciente.

La mirada de ella fue tan dulce…tan intensa y profunda…, que le costó sonreir porque nunca había sentido nada parecido.

-Raúl y yo nos casaremos la semana que viene. Queda invitado a la boda.

-Gracias –dijo inmerso en un torrente de sentimientos desconocidos.

Raúl le tendió la mano por encima de la cama y él dijo:

-Alberto.Por favor no me llameis de usted.Además debemos tener casi la misma edad.

Volvió la cabeza para sonreirle a ella y se encontró con unos ojos serios que le observaban.

-Danos el número de móvil. Te llamaré.

Con el rabillo del ojo vió un difuso gesto de malestar en la cara de Raúl. ¿Lo vió, o lo imaginó?.

 

-Bueno…me voy, ¿Puedo darte un beso en la frente?.

-Claro que sí –dijo ella y cerró los ojos para recibirlo.

 

Eran las dos y media de la mañana, los taxis estaban allí mismo. Cogió uno.

En el asiento de atrás, fogonazos de claridad de distinta intensidad jugaban con los volúmenes del interior del coche.

Sentía que, ahora, su nombre estaba perdido en el móvil de un rival y que no volvería a verla nunca más.

 

 

Textos invitados: María Ángeles González "El entierro de Argimiro Fuentes"


El entierro de Argimiro Fuentes

 

 

El día de la muerte de Argimiro Fuentes amaneció despejado. Pero a las cuatro de la tarde ya las nubes, empujadas por un viento repentino, ensombrecían todo el cielo. Las campanadas graves y pausadas del toque de difuntos se entremezclaron con los primeros truenos. Tal vez por eso, porque nadie escuchó el anuncio, sólo el cura y su ama -que también tuvo que amortajarle- velaron esa noche el cadáver.

 

Pero a la tarde siguiente ya nadie pudo fingir que no sabía. Tras los visillos, desde el fondo de los oscuros zaguanes, abiertos, todos los ojos de aquel pueblo observaron el tosco cajón de pino en el que Argimiro Fuentes recorría por última vez las calles embarradas. Como tampoco apareció ningún hombro que lo llevara, el cajón iba sobre un carro tirado por una  mula vieja.   

 

Una lluvia menuda y fría, que no había cesado desde la víspera, iba calando al cura, que tiraba del ronzal y caminaba al resguardo de un paraguas negro, enorme, con las varillas torcidas.  Nadie más acompañaba al cuerpo. Flotaba en el aire un espeso silencio: se había interrumpido toda labor,  el ganado estaba recogido en los establos. Mientras el mísero cortejo avanzaba despacio, sólo se oía el leve repiqueteo de la lluvia sobre el cajón.

 

Desde una ventana un hombre gritó.

 

—¡Padre, déjelo! ¡Al arroyo con él, ese perro no merece descansar con los nuestros!  

 

La tarde se llenó de voces airadas.  Desde cada casa, al paso del carro, todas las bocas del pueblo fueron escupiendo sus injurias sobre Argimiro Fuentes. No maldecían al viejo consumido que había regresado hacía unos meses, apenas una sombra de sí mismo. En lo que a aquel hombre se refería, el tiempo se había detenido: la memoria colectiva quedó embarrancada en una noche de enero de hacía más de veinte años.   

 

            El cura se detuvo, plegó el paraguas, y extendió las manos bajo la lluvia.

—Ya pagó lo que debía en este mundo, dejad que descanse en paz —dijo, recorriendo  la calle con la mirada. 

 

            Una piedra fue a enterrarse en el barro, junto a sus botas empapadas. Luego cayó otra, que rebotó en el cajón con un golpe sordo. Parecía una señal convenida, de todas las ventanas empezaron a llover piedras y tacos de madera. Hasta cucharas, tazas y alguna cazuela cayeron sobre el cura, el carro y la carga.

 

            Corrió a cobijarse junto a una casa, pero ya nadie le arrojaba nada. Se concentraron, ahora con mayor violencia, en el cajón de pino.  Desde su refugio el cura les increpó.

 

—¡Cobardes, no tuvisteis arrestos para enfrentarle entonces, sólo ahora os atrevéis con él! ¡Cobardes, desalmados! ¿No habéis tenido bastante con matarle? Sí, vosotros le habéis matado. De hambre y desprecio, de abandono. 

           

Por un momento, pareció que menguaban las pedradas. Quizá las palabras del cura hacían vacilar las manos que se escondían en las casas. Pero enseguida volvieron a ensañarse con el ataúd.  De nuevo arreciaron los insultos, que, desde que empezó la tormenta de piedras, habían cesado; como si no fueran necesarios porque ya los actos lo decían todo.

 

Entonces un hombre apareció al final de la calle.  No era muy alto, pero sí robusto. Llevaba una capa de agua, oscura, que le llegaba a media caña de las botas recias, y un sombrero negro tan encajado sobre la frente que apenas se distinguían los ojos. Algo en su forma de caminar anunciaba un propósito. Ignorando las piedras y los improperios que vomitaban las ventanas, se plantó en dos zancadas junto al carro, sacó una escopeta de entre los pliegues de su capa y disparó al aire.  

 

Durante unos minutos la tarde recobró la calma, otra vez pudieron escucharse las gotas de lluvia bailando sobre el cajón de pino.  El hombre llamó al cura, que seguía al resguardo del muro, y señaló con la escopeta hacia adelante. El sacerdote dudó un momento, luego agarró el ronzal de la mula y el carro enfiló la calle hacia las afueras del pueblo.

 

 El cortejo, ahora escoltado por el hombre de la capa, avanzaba despacio cuando una piedra fue a estrellarse en el cajón. El forastero se giró rápidamente e hizo varios disparos a las ventanas. Cuando cesaron los gritos y el estrépito de cristales rotos se encaró con las puertas cerradas.

 

—Aquí nadie va a tocar al muerto—dijo despacio y  sin alzar la voz que, no obstante, pareció rebotar en las paredes—. O me lo llevo con él.

 

            Después de eso ya nada interrumpió la marcha hasta el cementerio. El cura quería preguntar, quería saber. Pero miró de reojo al  desconocido y decidió callar. Hicieron el resto del camino en silencio y, sin pronunciar palabra, empapándose bajo la lluvia fría,   cavaron la tumba.

 

 No pudieron bajar el cajón. Hacían falta al menos cuatro hombres para sujetar las gruesas cuerdas que se usaban para el descenso. Antes de que el cura pudiera decir nada, el hombre había roto la caja con el canto de la pala y Argimiro Fuentes, envuelto en una sábana remendada, les miraba, los ojos agrandados en un último espasmo.  El forastero alzó el escuálido cuerpo en brazos y lo dejó caer en la fosa. A los pies de la tumba, sin hacer caso de la lluvia que resbalaba desde el ala del sombrero y se le metía por el cuello de la capa, esperó a que el cura terminara su responso. Y después, mientras el sacerdote comenzaba a arrojar paladas de tierra húmeda, cargó la escopeta y descerrajó tres tiros sobre el cadáver. “Este muerto era mío”, dijo. Luego desapareció tras el portón del cementerio.

 

 

 

 

MaG Pascual

octubre 2013

María Dolores de León "Adiós, Walt Disney"


                            ADIÓS,  WALT  DISNEY

                                        Loles de León

                                           21.11.13

 

            Leído en el Arkansas City Star: “Tras 47 años de criogenización, la familia de Walt Disney se plantea el sacarle de su estado de conservación. Dados los adelantos tanto  de la medicina como de la tecnología esperan que el proceso y posterior transplante del órgano dañado se efectúe con éxito. Les mantendremos informados del desarrollo de los acontecimientos.” 

 

            La noticia se extendió por todo el edificio. Se formaron grupos en los distintos archivos. Con el guirigay imperante las conversaciones resultaban un desgaste inútil de energía. Se veían bracitos sin manos,  gesticulando junto a brujas carentes de nariz y de escoba, otros daban saltitos sobre unas patas o piernecillas pendientes de los remates correspondientes. Seres pergeñados a la espera del acabado definitivo. Bocetos  que despertaban a la esperanza, tanto tiempo aletargada,   de una vida plena.  Se imaginaban, tras el arte final, triunfando en series de dibujos animados o bien en comics.  Se señalaban mutuamente, por enésima vez,  sus carencias. El olor a papel viejo y a polvo impregnaba el aire.

             El anciano Mortimer intentaba  inculcarles un mínimo de  cordura : “¡Vamos, vamos, un poco de orden! Cada cual  a su archivador. Tanto  revuelo os  puede perjudicar… Vamos, tú,  el avioncito, a tu sección. Las ratas, ratones y ratoncillos a la R; Dinosaurios a la D… Cada uno al lugar que le corresponde…” Una vocecilla aguda le interrumpió: “Que conste, yo exijo el rosa con lunares en malva. ¡Ah, y el lazo en color pistacho!” Se trataba de una pequeña dinosauria, un gracioso dibujo a línea, sin colorear;  no se resignaba a parecer un fantasma  plano.

             El avioncito sin hélice que todavía planeaba practicando el vuelo rasante,  levantó la voz: “A mi nada de azul celeste, ya no se lleva; a mi me molan los plateados, y la hélice la quiero grande y en negro. Así me tomarán en serio…”

             Mortimer, distribuía con generosidad las palabras que cada uno deseaba escuchar. Cuando se hubo reestaablecido la calma, él, desde su rinconcillo de observación, dejó fluir las propias ilusiones tanto tiempo reprimidas. Él había sido  el ratón primigenio, el detonante del éxito de Disney. Bien es verdad que Walt no le había provisto de zapatos ni de guantes como al usurpador llamado Mickey Mouse.  Aquel advenedizo   se había adueñado de  sus éxitos en los  Estudios Disney. Si él volvía,  exigiría justicia y la  restitución de  lo que se le debía. Con estos sueños se adormeció.

           

            Noticia aparecida en el Morning Star: “La familia de Walt Disney da su conformidad  a la descongelación del cuerpo del mago de los dibujos animados. En breve se iniciará el proceso. Les mantendremos informados”.

           

            Mortimer previendo la algaraabía de aquel comunicado , retiró  la prensa a la que solían acceder  los internados. Quería evitarles el estrés que tanto perjudicaba a su estado de conservación. Sin embargo, al día siguiente no llegó  a tiempo .

             Ruidos de papel rasgado, lamentos, cristales rompiendose contra el suelo… Estuvo a punto de sufrir un infarto al entrar en aquella sala. Todo el suelo estaba cubierto de cartulinas en cachitos, tinteros volcados, lapiceros de colores atravesando  personajes; se ayudaban a morir. Los que permanecían intactos se lanzaban al suelo, intentando suicidarse, como lo habían hecho la mayoría. ¿Qué les había llevado a tal desesperación? Los desafortunados que se mantenían enteros,  se lanzaban  sobre las tintas derramadas y allí permanecían hasta quedar bien empapados. Otros se arrastraban sobre los cristales rotos para infligirse raspaduras letales.

            A Mortimer, las lágrimas le medio empañaron  las gafas de media luna. Aquello era el Apocalipsis. Nunca aquellos bocetos del genial Disney serían acabados; ninguno aparecería en cine ni en publicación alguna.

            El también se sintió aplastado por una decepción mortal.

En el rincón, ajeno al  dolor causado, con fingida inocencia, yacía  el Morning Star; se envolvió en él y con el cuter, a la altura de la noticia se asestó varias  puñaladas.

           

            Con la desaparición de Mortimer y del resto de los bocetos primitivos de Walt Disney, el edificio destinado a Archivo Histórico Disney, carecía de sentido. Posiblemente lo destinarían a apartamentos de lujo.

 

            Por cierto, el narrador ha omitido hasta la fecha, por respeto a los inmolados,  la noticia que provocó el suicidio colectivo.

           

            “La descongelación de los restos de Walt Disney ha sido aplazada sine die. El Morning  Star ha sabido de fuentes generalmente bien informadas que la familia reclama una indemnización archi millonaria por los dañños irreparables sufridos por el cuerpo durante el traslado.”

 

           

 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Maricarmen Colodrero "Frente al espejo"


Frente al espejo

Mari Carmen Colodrero

21 enero 2010

 

Con el abrigo puesto,Ruth está delante de la puerta del baño en actitud indecisa.La oreja izquierda casi pegada al cristal y el puño derecho preparado para llamar.

Silenciosamente se abre la puerta con algo de sobresalto por parte de ella.

Ismael aparece delante y por unos instantes ambos se miran profundamente,con seriedad y tristeza.

La joven mujer se refugia en el pecho de su compañero,cayendo su cabeza,Como a medida,  sobre el corazón de él y así están breves momentos mientras escucha sus latidos.

La mano izquierda de ella se eleva impulsivamente hacia el rostro de él,pero Ismaél no la deja llegar a su destino,cogiéndosela con languidez,para sujetarla suavemente sobre el cuello.

La mejilla de Ruth se retira del pecho de Ismaél,evitando mirarle, y mientras se aleja buscando la puerta de la calle le dice:-Voy a volver enseguida.Te he dejado el desayuno en la cocina.

El pestillo se ha cerrado casi sin ruido.El permanece quieto unos instantes,luego entra en la cocina ,donde mordisquea el pan con mantequilla y bebe con rapidez el café.

Una súbita impaciencia parece acometerle y se va al dormitorio.Allí se sienta en la cama,avre el último cajón de la mesilla de noche y saca una caja mediana que contiene fotos.No se detiene a mirarlas,va directamente a coger una de tamaño cartera.

Es la imagen de un hombre joven,de unos 35 años.Más que bien parecido,es que tiene un aspecto simpático: mirada risueña y chispeante, nariz recta,boca generosa ,de gesto amable.

Vuelve la fotografía y habla en voz alta:”Si,de hace aproximadamente un año”.

Se dirige entonces a la cómoda,un bello mueble de estilo,con espejo de marco de madera finamente trabajado.

Se sienta en el banco forrado de terciopelo azul,pero parece evitar mirar a la pulida y nítida luna.

Está pensando ahora que es la primera vez que ocupa ese lugar, aunque ha estado muchas veces delante de aquel mueble,reflejados Ruth y él , mientras le acariciaba el pelo,se besaban ,oél se anudaba la corbata.

Sin soltar la foto de su mano,levanta los ojos hacia su imagen.Al poco habla como si fuera con otra persona:

-Esto no es como en días anteriores,cuando te veía fugazmente en los espejos del cuarto de baño.Es necesario para mi conocerte bien.Porque yo no soy ese reflejo en el cristal.¿Comprendes?-musita en tono amenazador,a la vez quemuestra la foto al espejo.

¡Son mis ojos,mi pelo, mis orejas ,mi cuello,mi cerebro!

Tu sólo eres una máscara inquietante.

Con el primer atisbo que tuve de ti, se desencadenaron en mi cabeza imágenes ajenas a mis recuerdos.Lugares y momentos nunca vividos por mi.Como si a través de un “agujero de gusano” hubiera llegado a otra dimensión: Despachos de muchas mesas atiborradas de papeles,individuos de facciones duras y algunos de ellos sencillamente malencarados,con todo el aspecto de delincuentes; luego llegaron las imágenes violentas,los registros intimidantes,los cuerpos tendidos en el suelo, manando sangre por herídas recién abiertas.

Toda esa porquería no me pertenece, con quien tiene que ver es contigo,con esa expresión inquisitiva,con ese rictus amargo en la boca por la excesiva finura de esos labios,que me llevan el pensamiento hacia las simas de la crueldad.¿Quién eras,cómo te ganabas la vida?

Has cambiado toda la expresión de mis ojos, que ahora están bajo el poder de esas cejas pobladas y revueltas, sobre pómulos planos  e influidos por una nariz que los hace más inteligentes,pero desconfiados.

Quizá nunca llegue a vencerte del todo, pero los doctores me dicen que lo que ahora veo como mi rostro,no es definitivo.La musculatura facial ,(y la mía es muy potente,más que la tuya que no existe), irá dominándote guiada por mi deseo de aniquilarte.Lograré dar  a la máscara una expresión más humana.

Y Lo más difícil de tragar es que encima,tengo que estarte agradecido porque te murieras justo a tiempo y hubieses donado tu cuerpo a la Ciencia.

¡Un auténtico milagro,ha sido todo tan rápido! ¡Una verdadera suerte que esté disponible tan pronto un donante compatible!-comentavan todos admirados.

Quiero que sepas que mi voluntad,y mi ser ya sólo trabajan para revover con mi sangre esa apariencia que quisiera arrancar de mi.  

Pero es que me has robado también el gratísimo placer de la amistad.

Ahora prefiero deambular por lugares donde nadie me conoce,porque paso desapercibido.

Antes , en cuanto ponía el pié en la calle, encontraba conocidos con quienes charlar.En el fondo me compadecen,aunque digan que esta era la única solución.

Toda esa sucesión de colegas,amigos íntimos y familiares, se comporta igual: Las miradas esquivas, el palmoteo en el hombro,el agarrar mi brazo por encima del codo.Todo acompañado de frases trémulas,inseguras,faltas de sinceridad,que intentan darme ánimos.

Y en cuanto pueden se escurren con cualquier pretexto,siempre eludiendo mirarme.

A mi en esos momentos me colma el alma la pena ,no sólo por mi, sino también por ellos,que me echan de menos casi como si estuviera fallecido.

Pero lo más doloroso,lo peor de todo,es contemplar como mi amor,lo mejor de mi vida ,ruth,se debate entre el cariño y la compasión.Por más que tratamos de dominarnos…siempre está ahí esa cara extraña, que gorra en nuestra relaciónla alegría de aquel modo de comunicarnos,tan a la vista de todos y , a la vez, tan secreto.Porque con una sola mirada rápida, nos decíamos tantas cosas.…

 

 

Ismaél ha quedado silencioso, como esperando una respuesta.Con sus ojos clavados en los del espejo.Así se está un rato,hasta que le parece descubrir en la mirada opuesta a la suya,unn tenue brillo de esperanza.

Un leve rumor se oye al otro extremo de la casa, y luego:

-Ya he vuelto Ismaél.¿Qué estás hacienndo? ¿Dónde estás?

Mientras,  precipitadamente, él se dirige a la mesilla de noche y con un movimiento simultáneo abre el cajón,levanta la tapa de la caja deslizando en su interior la foto y responde :-Ordenaba unas cosas, ahora mismo estoy contigo.-y en voz más baja,como para sí-“Estoy en mí mismo,donde siempre he estado.

Maricarmen Colodrero "¡Feliz año nuevo!"


 

¡Feliz Año Nuevo!

 

Mari Carmen Colodrero

Octubre 2010

Puente aéreo Barcelona-Madrid, jueves, 30 Diciembre 2010.

Ya no soporto más. Tengo que confesárselo todo a Damián.

En estos términos las palabras silenciosas expresaban fielmente

el estado de ánimo angustioso de Raquel, que terminó de

acomodarse en el asiento de la ventana.

Su compañera de viaje era una señora de unos sesenta y algún años

que desde que ella entró por el pasillo, no le había quitado ojo,

y que ahora sin la menor delicadeza, se volvía hacia ella,

echándose para delante, con el fin de observarla más de cerca y

con mayor intensidad.

Fastidiada y con tono corrosivo, Raquel se le encaró:

- Señora, ¿Quiere Usted algo de mí, o llamo a la azafata?

- No, nada... -respondió la viajera con un retintín que a Raquel

le sonó como una amenaza.

Solucionada esta incomodidad le dio completamente la espalda,

como si en la pista pasara algo interesantísimo.

Estaban retirando la escalera de embarque y dos jeeps

evolucionaban en las cercanías con algún objetivo desconocido.

Desde luego los pensamientos de nuestra amiga no iban por esos

derroteros. La frase : "Tengo que confesárselo todo a Damián"

vapuleaba sus neuronas bloqueando cualquier otra idea.

Cuando dieron la orden se abrochó el cinturón y volvió a ponerse

cara al cristal, con el bolso entre ella y el fuselaje. La

postura resultó ser bastante molesta pero Raquel no estaba para

fijarse en esas cosas.

Por fin su cerebro se había deshecho de las palabras obsesivas y

se concentraba en un monólogo interior de esta manera:

-Dos veces he repetido el test de embarazo. No existe la menor

duda, la duda crucial que destroza nuestra felicidad, es quién es

el padre. Me parece que se van a cumplir cinco meses desde que dejé de

tomar la pastilla. Mi idea era darle a Damián el sorpresón del

embarazo y ahora lo que le voy a dar va a ser el mayor disgusto

de su vida. Todavía no me explico cómo esto ha podido pasarme a mi. ¡Imbécil, imbécil y mil veces imbécil!. ¿Quién me mandaba a mi mantener, lo

que yo creía una amistad, con un tío tan atractivo en todos los

aspectos, realmente subyugante, tan educadísimo y atento?

¡Mema, más que mema! ¡Pero si ni siquiera estabas enamorada de

Ricardo! Teniendo como tengo, esperándome siempre, al hombre de mi vida, que es lo más bueno y más dulce de mi existencia, que está loco

por mi, que está deseando ser padre, que me cuida como a las

niñas de sus ojos... Que está hasta el gorro de estas idas y venidas mías a Barcelona. ¿Qué le voy a decir para no perder su amor?

Una solución sería abortar, pero no tengo valor. Esa idea hace

que me sienta repugnante.

Delante de ella las luces de la gran ciudad le hacían guiños a

través del cristal y de dos lagrimones que amenazaban con

derramarse.

De modo maquinal sus manos comenzaron a buscar en el bolso el

paquete de "clínex". Sus dedos rozaron con rapidez un sobre

abierto. Recordó que era la carta de Damián, que había sido

escrita la misma noche en que ella volaba a la Ciudad Condal.

Esto agravó el deseo de llorar.

¡Por fin habían aparecido los pañuelitos! Sacó tres de un tirón

y procuró disimular sus convulsiones respiratorias dando unas

tosecitas de vez en cuando.

Detrás de ella sintió cómo aquella mujer se removía en el

asiento.

Tristísima y desconcertada, como el náufrago que, después del

desastre, se agarra a cualquier cosa que le pueda mantener a

flote, así sacó y desdobló ella la carta de Damián, cuidando de

no mojarla con el papel enjugante de su dolor:

Madrid, domingo 26 Diciembre 2010.

Amada mía: Te va a extrañar recibir esta misiva, ya que hace tan

poco tiempo hemos estado juntos. Hay ciertas cosas que  se toman

más en serio si se ven escritas, que sí se hablan por teléfono.

Porque lo que es la opción presencial no me da resultados; en

cuanto abordo ciertos temas me envuelves en bromas, chascarrillos

y mimos que me distraen y prorrogan que nos enfrentemos con las

cosas fundamentales de nuestra relación.

La posición económica  que tenemos, aún contando sólo con mi

aportación de la Consultoría Empresarial, nos permitiría tener

dos niños.

Hace cinco años que vivimos juntos. ¿Qué pretendes, que se nos

pase el arroz?

Yo te comprendo, vida mía: Que te ilusiona ser una empresaria

emprendedora, que te realizas y todo eso... de lo que yo

también me siento muy orgulloso. Pero, reflexiona, por favor

reflexiona...

¿No tienes bastante con la fábrica de pantalones de Fuenlabrada?

¿Para qué quieres la de Poble Sec?  ¿Tan importante es para ti la

producción de camisetas de algodón?  ¿O es que prefieres tirar

por la ventana la Felicidad?

Esto de que te vayas en semanas alternas a Cataluña lo llevo cada

vez peor. Cuando estás no me acuerdo de lo mal que lo he pasado,

ni de lo mal que lo voy a pasar cuando vuelvas a irte. Además

llevo unas semanas desasosegado e inquieto. Ya sabes que nunca he

sido celoso, pero es que ahora se me pasan por la cabeza unas

ideas... de manera que no recupero la tranquilidad hasta que no te veo entrar por la puerta.

Despídete de los anticonceptivos. En horas extras vamos a

encargar la criatura más bonita que puedas imaginar.

Piensa en todo esto y en cuanto te quiere tu

Firmado: Damián.

Los murmullos del pasaje y el zumbido de los motores eran, para

Raquel, algo extraño y lejano. Las manos y la carta estaban

lánguidas sobre el bolso y cuando levantó los ojos, ante si todo

era oscuridad. Así de negro se le apareció el futuro.

Con lentitud recogió la carta. Estaba guardándola en el bolso, y

sus dedos  encontraron otro sobre, pero este se hallaba  cerrado.

Lo sacó y se dio cuenta de que además de no llevar franqueo,

tampoco tenía nombre de remitente.

¡Ah!, esto fue lo que le entregó la jefa de Administración, lo

había llevado un mensajero, el cual insistió en entregarlo en

propia mano. Después de efectuar una llamada, se lo dio a Montse

repitiendo una y otra vez que era muy importante.

Barcelona, miércoles, 29 Diciembre 2010.

Raquel, preciosa: Por favor, no rasgues estas cuartillas sin

leerlas, porque lo que tengo que decirte es la clave de tu

tranquilidad. No habrías aceptado una cita explicativa y, además, me voy a

Francia por unos meses.

Estoy actuando por completo en contra de mi costumbre, pero es

que me has llegado al corazón. Eres una corderita linda capaz de

creer en la amistad de un hombre como yo, cuando lo que soy es el

lobo feroz.

Desde el primer día, (en mi libreta figura el 13 de junio) al

conocernos por casualidad, es decir que yo te había ya echado el

ojo, lo tuve muy claro: "Esta no se me escapa".

Luego todo fue cuestión de paciencia y estrategia. Crear

un ambiente de intereses culturales e intelectuales, agradables

visitas turísticas, etc... dejando para el final lo más

importante.

Seguro que recuerdas que aquella tarde (21 de Octubre) fue la

primera en que te propuse salir de copas, conocer el ambiente

nocturno, otro aspecto de la metrópoli...

En los bares me conocen, y cuando tu insistías en no consumir

alcohol, ellos ya sabían que bebidas eran las adecuadas. Sin

darte ni cuenta te zampaste el equivalente a siete mojitos de

ron. Ese era el momento para que tomases una combinación

refrescante, (a esas alturas ya no distinguías) ,que fueron dos

"pippermints frappés".

Yendo para mi casa estabas graciosísima, me contaste con detalle

parte de los "Diez mandamientos". Con el paso del Mar Rojo te entró la risa contagiosa y al entrar en el dormitorio estabas absolutamente en Babia, y tus reacciones eran de lo más alagüeñas. Habíamos superado los prolegómenos, cuando sin venir a qué, me

cogiste la cara y repetías: “Damián, mi Damián”.

Nunca me había pasado cosa semejante y fue terrible: Mi virilidad

sufrió un colapso repentino y mi estima personal quedó hecha unos

zorros.

Durante las doce horas siguientes, tu sueño fue un ejemplo de

placidez, mientras que yo, al principio, tenía un cabreo que me

tuvo una hora dando vueltas por la casa, como un león enjaulado.

En las dos horas siguientes fragüé con frialdad la venganza

adecuada. Luego dormí, como pude en un sofá.

Al despertar y tomar conciencia, medio liada en la sábana, dabas

vueltas, como una loca, por la habitación gritando: ¡¿Qué has

hecho, Raquel, qué has hecho?!.

Te paraste en seco para preguntarme temblorosa:

- ¿Qué ha pasado?

-Lo que tenía que pasar, pasó -respondí circunspecto.

-¡Pero, ¿habrás usado preservativo?! -inquiriste alarmadísima.

- No tengo esa costumbre -respondí, saboreando el momento.

Es imposible reproducir con palabras coherentes, tu estado de

nervios y el vocabulario utilizado.

Has tenido muchísima suerte. Estate completamente tranquila, no

pasó nada irremediable.

Si estás embarazada, desde luego no es mío.

No creo que nos volvamos a ver. Que seáis muy felices.

Firmado: Ricardo.

P.D.: Destruye la prueba. No siembres la duda en Damián. Tu único

pecado es el de ingenuidad.

Una laxitud liberadora la mantuvo semiinconsciente un ratito.

Al ver pasar a la azafata, preguntó:

-¿Señorita, todavía me da tiempo a ir al servicio?

-¡Jesús, Señora!, está usted muy pálida. La voy a acompañar, no

sea que se desvanezca.

Ante la mirada atónita de la azafata, Raquel dijo:

-¡Estoy contentísima, tengo unas náuseas estupendas!

A su espalda oyó una vocecita impertinente: ”Ya lo sabía yo. La

que a mi se me escape...”

 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Maricarmen Colodrero "La canica"


La canica

 

17 noviembre 2013.

 

El patio estaba lleno del alboroto de los niños.

La mañana otoñal era soleada y ventosa, pero los juegos no se veían afectados, la espontaneidad de la infancia era tan transparente como el aire y la luz.

Varios niños de ambos sexos formaban casi un semicírculo a unos metros de una especie de hueco rectangular entre el muro de la tapia y el edificio del colegio.

Estaban contemplando un espectáculo maravilloso: Las hojas secas, doradas, marrones o rojizas se movían a ráfagas formando un  pequeño tornado.

El mordisqueo de los bocadillos había pasado a segundo término y, en algunos casos, el pan y su relleno quedaban suspendidos a la altura de la boca entreabierta, mientras los ojos seguían las evoluciones del embudo que desplazaba sobre el suelo su punta enmarañada.

Cuando de la parte alta del remolino se separaban algunas hojas grandes y estas viajaban por el aire hasta la calle, un murmullo de admiración escapaba de sus labios.

 

Los cabellos negros y ondulados del niño se agitaban pero la mirada soñadora evocaba su deseo de volar, mientras recordaba las aventuras de los pilotos de caza en aquellos tebeos antígüos de su padre.

Al pequeño situado a su lado no se le despeinaba el pelo. Un corte a “cepillo” impedía movimientos rápidos de  su escasa cabellera.

-¿Qué te pasa? –dijo con brusquedad el niño moreno- ¿Por qué me das con el codo?.

-Tengo que decirte una cosa, ven un poco a este lado, -respondió con un hilo de voz el de pelo corto-, no quiero que me oigan esos.

El muchacho de ojos soñadores se le quedó mirando como si valorara la situación.

-Ahora quiero mirar lo que hace el aire, -contestó bajito sujetándose los rizos- . Cuando salgamos te espero al principio de la calle de la cuesta.

Terminaba el recreo. La campana sonaba en arrebato. La aparente confusión acabó en filas bajo el griterío.

 

Aquel sitio estaba bien elegido porque estaba fuera de las rutas que seguían sus compañeros.

-venga…qué me tienes que decir.

-Mira –respondió el niño sigiloso.

Sobre la palma de su mano había una canica preciosa.

-Es muy “guay”. ¿Es tuya o la has ganado?.

Yo era el preferido de mi abuelo y me la diola semana pasada,  antes de morirse. Mi hermano es un envidioso, que además colecciona canicas, pero no tiene ninguna tan “guay” como esta.

-¿Y, para decirme esto…  ¿tanto misterio?.

-Es que además, El Róbert, ¿Ya le conoces… No?. Le ha echado el ojo y no parará hasta que se haga con ella.

-Pués no la saques, ni te la juegues. Si fuese mía es lo que haría. Además como nos vean juntos… ya nos podemos preparar…. ¿No entiendo nada.

-A mi me pareces un tío serio, que cumple con su palabra. El único que merece la pena de tu pandilla.

Si me la guardas hasta después de las vacaciones de Navidad… A mi hermano le diré que la he perdido y me pondrá verde. En la pandilla diré lo mismo,  Creo que así me dejarán tranquilo, que se olvidarán de ella.

-¿Y no tienes miedo de que yo te engañe, la pierda o me la juegue?.

-No, porque esto sería un pacto entre hombres, con apretón de manos. Además, cuando me la devuelvas, te regalo estas tres.

Rebuscó en el bolsillo y sacó tres estupendas canicas de acero.

-¿Me las dejas ver? – dijo el otro extendiendo la mano.

Si, estas son muy buenas. ¿Me dejas que mire un poco más la bonita?.

-Entonces ¿Hacemos pacto?.

Si –dijo con firmeza el chiquillo moreno.

-Cuídala. Mi abuelo la guardó desde que tenía más o menos nuestra edad.

La canica quedó aprisionada entre sus respectivas manos mientras se miraban con seriedad.

 

Ambos no habían cumplido los once años pero en los dos meses siguientes vivieron aventuras nuevas y distintas para cada uno de ellos.

Pelopincho descubrió la duda pero se mantuvo firme en la confianza, aunque, más de una vez sintió deseos de cancelar el pacto. Sólo su sentido de la hombría le mantuvo en su decisión.

La aventura de El Bucles también fue de descubrimientos.

Lo primero que descubrió fue qué significaba “clandestinidad”, porque no podía mirar la canica en depósito siempre que quería.

Cuando era seguro y posible aquella bolita de vidrio coloreado le transformaba en piloto de nave espacial.

Él, con su nave,eran un puntito que navegaba entre galaxias amarillas, anaranjadas y verdes, tan sólo con mover la canica bajo un sol que, casi siempre, era la luz de la mesita de noche.

Descubrió también la responsabilidad, la cautela, e incluso, el miedo a faltar a la palabra dada.

 

En el espacio previsto de tiempo se produjo el rescate de aquel micro universo, que pasó de nuevo a su dueño quien conoció la satisfacción de recuperar algo que tenía en gran estima.

El Bucles se sintió orgulloso de tener tres buenas canicas nuevas y, no le dio tiempo a sentir envidia del Pelopincho ya que secompró, en cuanto pudo, dos canicas  coloreadas, que, sin tener detrás la historia de un abuelo, le tenían muy satisfecho.

Eso si: ¡Nunca más volvió a jugar con ninguna de las cinco!.

De todos modos para El Bucles y Pelopincho había pasado el tiempo de jugar a las canicas.

Entraron juntos en la galaxia de la amistad imperecedera.