La
noche inesperada
Octubre
2013.
La
noche vino de pronto, como una cascada de sombra y oscuridad.
Le
cogió leyendo, y cuando la última letra se deshizo en la negrura de la
habitación, se dio cuenta de que aquella era la primera, después de muchas noches,
en que no estaba invitado a una cena social, de fraternidad o de amigos
íntimos. Tampoco estaba citado con
alguna de sus beldades.
Era
cosa reconocida por todos y todas que las mujeres se le daban pero que muy
bien.
Sin
embargo, no era un hombre guapo, ni vanidoso.
Cuando
conocía de nuevas a una fémina, todo su
ser quedaba fascinado por el misterio de una naturaleza tan distinta de la suya
y, entonces, se sentía como un explorador del universo.
No
recordaba en qué momento de su vida había convertido sus relaciones amorosas
con el otro sexo en el mejor de los viajes siderales.
Cuando
se sintió por completo bañado en aquel mar de tinta china, cuando se perdieron
las referencias visuales, se levantó de la butaca y , a tientas, cogió la
chaqueta, comprobó que llevaba las llaves
y salió a la calle.
De modo
ocasional oía el motor de un coche al arrancar, alguien que abría un portal,
sonidos difusos de televisores, retazos de conversación o el remoto fragor de
la circulación en el centro de la ciudad.
Las luces
que se filtraban por las cortinas de las ventanas eran escasas y se le
antojaron luciérnagas moribundas desperdigadas bajo un cielo sin estrellas.
La
primera farola iniciaba un trayecto mal iluminado, pero recto y largo.
Al poco un perro sin dueño se acercó a
olisquear sus pantalones. Le dio un golpecito en el lomo.
-Amigo,
lo que buscas está un poco más adelante – le dijo señalando la farola
siguiente.
Como si
le hubiera entendido el animal emprendió un trotecillo vivo hasta ejercitar su
olfato y levantar la pata.
Anduvo
algo más y percibió Una sombra indistinta que se dirigía hacia él. De más cerca
se fijó en sus movimientos banboleantes, inseguros y con derrotero incierto.
Lo
primero que pensó, al reparar en las faldas, es que se trataba de una borracha
o una furcia, o las dos cosas.
Cuando
la figura femenina entró en la zona de máxima visibilidad, de un vistazo valoró
sus encantos, pero al momento notó, viéndola dar un traspiés, que o la
borrachera estaba en un punto definitivo o aquella mujer se encontraba mal.
-¿Necesita
ayuda, señorita?.
Tuvo el
tiempo justo para recogerla en sus brazos, adoptar la postura de paje y
reclinarla sobre su muslo.
Volvió
la cabeza a un lado y otro buscando algún transeúnte , pero no había nadie en
la calle.
Como
pudo, mientras elevaba una oración muda a cualquier divinidad, buscó y por fin
encontró el móvil. Menos mal que sabía el nombre y la numeración aproximada de la
calle
-Esté
tranquilo, llegamos enseguida –le alentaron desde el Sámur.
En esa
posición incómoda, lo mejor era buscar el pulso en el cuello. El latido era
débil pero estaba.
A pesar
de que el peso de ella tendía a desnivelarle, había notado la suavidad de su
piel y apreciado de cerca su rostro, así
como su esbeltez y las líneas rotundas y laxas de todo su cuerpo.
-
¿Puedo ir con Vds?. Prefiero asegurarme de que no va a estar sola
hasta que se localice a algún allegado.-Si, claro. Venga .
Bajo
las luces polvorientas de los tubos de neón, sentado entre familiares que
esperaban la llamada del médico para informarles, pasó una hora.
-Siéntese, por favor –le decía el médico-
Hemos localizado al novio, ya viene para acá.
-¿Y ella, ¿Cómo está?.
-Se recupera bién, ha sido una bajada de
tensión. El resultado de mucho trabajo y pocas ingestas regulares.
-¿Puedo verla, ya habla? No me importa
acompañarla hasta que llegue el novio.
-Creo – respondió el doctor- que a ella no le
parecerá mal.
Estaba dormida y tenía buen color.
Mientras la tuvo reclinada sobre si en la
calle, lo que le había impresionado más había sido su fragilidad. La sensación
de tener en los brazos una bonita muñeca rota.
Sin embargo ahora, mirándola con detalle al
rostro, encontró algo muy distinto: Sin ser una belleza sus facciones eran muy
correctas, armoniosas. Tenía una pequeña arruga en el entrecejo y , quizá por
la postura, parecía que sonreía.
Comenzó a preguntarse qué hacía él
escudriñando la cara de una desconocida, intentando adivinar cómo sería
despierta.
Estaba casi elucubrando sobre la posibilidad
de que despertara en sus brazos, cuando alguien entró en el cubículo.
Le cogieron
desprevenido sus propios sentimientos al ver que el recién llegado depositaba
un beso en los labios de ella.
Hablaban en un susurro pero les oía.
-¡Ah! Cariño eres tu.
-¿Estás ya bien mi amor?. ¿Qué te ha passado?.
-Me he desmayado en la calle. Parece ser que
un señor llamó al Sámur. Me gustaría agradecérselo. Pregúntale a la enfermera a
ver si sabe si está aún en el hospital.
-No hace falta nada de eso –decía aquel
hombre- , con que vuelvas la cabeza vas a conocer a tu ángel de la guarda. Buenas
noches, perdone que aún no le haya saludado.
-No tiene importancia. Lo primero es lo
primero –contestó él mientras dedicaba una sonrisa a la convaleciente.
La mirada de ella fue tan dulce…tan intensa y
profunda…, que le costó sonreir porque nunca había sentido nada parecido.
-Raúl y yo nos casaremos la semana que viene.
Queda invitado a la boda.
-Gracias –dijo inmerso en un torrente de
sentimientos desconocidos.
Raúl le tendió la mano por encima de la cama
y él dijo:
-Alberto.Por favor no me llameis de usted.Además
debemos tener casi la misma edad.
Volvió la cabeza para sonreirle a ella y se
encontró con unos ojos serios que le observaban.
-Danos el número de móvil. Te llamaré.
Con el rabillo del ojo vió un difuso gesto de
malestar en la cara de Raúl. ¿Lo vió, o lo imaginó?.
-Bueno…me voy, ¿Puedo darte un beso en la
frente?.
-Claro que sí –dijo ella y cerró los ojos
para recibirlo.
Eran las dos y media de la mañana, los taxis
estaban allí mismo. Cogió uno.
En el asiento de atrás, fogonazos de claridad
de distinta intensidad jugaban con los volúmenes del interior del coche.
Sentía que, ahora, su nombre estaba perdido
en el móvil de un rival y que no volvería a verla nunca más.