miércoles, 19 de febrero de 2014

María Dolores de León "El pobre del banco"


                                               EL POBRE  DEL BANCO

                                               María Dolores de León

                                               Madrid, 20.02.14

            Aporrean con fuerza.  Dentro no se percibe movimiento alguno. Un cochecito de bebé bloquea la puerta.  Ajenos al apremio, en posición de abandono, unos pies asoman del cubículo de cartón. Las suelas, como lenguas burlonas, no alteran el gesto.  

            Con paso firme el director de la entidad bancaria se abre paso entre los mirones. Inmediatamente demuestra su preparación para los momentos de crisis.  

 

            -- ¡Montes!, llame  al 112  y explique la situación: esta  gestión debería estar hecha. Que  venga la policía, el Samur, los bomberos, en fin  quien corresponda. Y que se den prisa: nosotros trabajamos.  Esto es lo que trae la escasez de vigilancia. Los indigentes se les mueren por todas partes, sin control; fijo, aquí el amigo  está fiambre.  Voy a exigir medidas; faltaría que  todos los de la zona decidieran entregarnos  su último suspiro.  Daríamos una imagen fatal. A ver, Montes, controle que no se acerque nadie. ¡Ese perro, señorita que no se mee aquí, un poco de respeto, por favor.

 

            La joven del cocker, avergonzada, se cruza de acera pero no  piensa perderse detalle. El anciano del ABC bajo el brazo y la señora de la barra de pan la recriminan con los ojos.   

            Por el barrio se va extendiendo la noticia. Los mayores, algo escasos  de entretenimiento a consecuencia de  la burbuja inmobiliaria, se excitan ante el acontecimiento luctuoso.

            Tienden el oído: los municipales.  Del coche a  cuadros blancos y azules descienden dos uniformes festivos en cobalto y amarillo.  El anciano de la prensa  añora en voz alta  la austeridad de los antiguos uniformes,  serios, como corresponde a un servidor español de la ley. Un cabo alto y delgado avanza seguido de un veterano  fornido, de aire protector. Saludan con  gesto sobrio y se dirigen a la puerta, empujan, llaman con los nudillos y ante la falta de respuesta,  en medio de un silencio respetuoso  regresan al coche.

            --  Posible cadáver en calle del Agostura, Caja de Vinaroz.  Urge apoyo logístico de bomberos y del Samur. A confirmar asistencia deljuez  y de los servicios funerarios.

           

             Ahora  la responsabilidad  queda en manos de la autoridad que se supone competente.  El director,  aliviado piensa en la estrategia para  comunicar a la central lo acontecido; atender a los clientes y  explicarles que no se trata de un atraco con rehén, ni de un  suicidio por desahucio. La Caja de Vinaroz queda libre de toda responsabilidad sobre los hechos. Es imprescindible mantener la confianza de la clientela:

            -- Pues si señora,  el pobre  para morir tranquilo ha elegido nuestra entidad. Ya vé…

 

            Los usuarios, se otorgan el privilegio  de la primera fila.

            Ha corrido la voz de la próxima intervención del cuerpo de bomberos. Las señoras comentan con alborozo la excelente forma física de tales cuerpos. 

            Los asistentes, guardando las formas de un velatorio, bisbisean:

            -- Con el frío de  anoche, el vino no le ha bastado…

            -- igual anda suelto  algun  asesino de pobres.  Últimamente  aparecen muchos por los rincones, apaleados…

            -- ¿Es español? Si no,  ¿quién va a pagar los gastos?…

            -- Por el carrito, podría ser  el vagabundo que se sienta en el banco al lado de la castañera. La mujer siempre ofrece alguna castaña a  los  indigentes;  tiene un corazón de oro.

         -- Si, para que se larguen. Menuda leche se le pone a la vieja. Según ella  le espantan a la clientela.

            --¡Los bomberos…!

 

            El vehículo rojo con una dotación completa  se detiene  en la esquina cortando definitivamente la circulación.  El jefe, a paso atlético, consciente de la expectación  se acerca;  estudia la puerta, pide algo a un subalterno y con el arma solicitada asesta un par de mazazos. El estruendo del estallido del cristal confirma que la operación ha tenido éxito.  Por el agujero practicado  introduce   mano y brazo: acceso despejado.

             El público entregado  aplaude con frenesí.  El libertador,  a un tris de saludar, recupera la dignidad e indiferencia correspondientes a un servidor público. La unidad retorna al cuartel; el paso queda de nuevo expedito.

            Mohíno por la popularidad ajena, el cabo  da paso al médico del Samur.  El dictamen no se hace esperar: “Muerto sin señales  evidentes de violencia física; posibles indicios de envenenamiento.  Tras la autopsia se sabrán más detalles.”

            “El presunto muerto, declarado  oficialmente cadáver;  quedamos a la espera de la autorización de su señoría para el levantamiento del mismo y posterior traslado para el dictamen forense.” El parte del cabo, comunicado a la central con voz potente,  alcanza los oídos de los presentes.  Sonríe con satisfacción ante el impacto logrado.               

            La hora de preparar la comida se ha rebasado; algunas amas de casa  se plantean la retirada; el caso es que ya  no puede tardar el juez. Resuelto: por un día huevos fritos y sopa de sobre; se quedan.

 Miran de reojo al furgón de mal agüero  y cruzan los dedos; lleva un rato largo esperando.    

            Con  un chirrido de ruedas se detiene un coche negro. Bajan  dos de los ocupantes. “¿Pero no viene su señoría?” El policía  veterano no puede asociar una cazadora de cuero  negro, vaqueros,  camisa a cuadros y   botas con la dignidad atribuida a un juez. “Demasiado bisoño”, sentencia para sí.

            En un santiamén su joven señoría dicta al secretario la autorización para el levantamiento del cadáver. Con  el motor en  marcha se sube  al vehículo negro  que arranca con el  quejido  de los neumáticos y desaparece al doblar la esquina.

            La rapidez y eficiencia del servicio funerario acorta la degustación del morbo terminal.  Han escamoteado la bolsa oscura, tamaño adulto, en el interior del furgón. El doble portazo anuncia el fin del espectáculo.

            El policía veterano se siente en la obligación de ampliar la información: “En el Anatómico Forense  se le  practicará la autopsia para  determinar las causas de la muerte. Y ahora circulen, por favor…”

            El servicio de limpieza de la entidad, retenido bajo amenaza de despido, entra en acción. Eso si, exigiendo un plus por peligrosidad  y asco: demostrado,  en los últimos momentos los esfínteres se aflojan...  Cartones,  cristales, una bota reidora,  el carrito, son abandonados en la proximidad de los contenedores de vidrio y papel. .

           

            Caída la tarde, la anciana castañera, de retirada, se para ante el cartel de la entidad bancaria de la calle Angostura: “Cajero fuera de servicio por defunción.” Una plegaria se escapa de entre sus labios:  

“Gracias  Señor por hacerme tu instrumento en la liberación de tantas almas dolientes. Añade este a tu seno asi como a los anteriores.  Amén.” Tras santiguarse,  se aleja a paso de funeral.