EL POBRE DEL BANCO
María
Dolores de León
Madrid,
20.02.14
Aporrean
con fuerza. Dentro no se percibe
movimiento alguno. Un cochecito de bebé bloquea la puerta. Ajenos al apremio, en posición de abandono, unos
pies asoman del cubículo de cartón. Las suelas, como lenguas burlonas, no alteran
el gesto.
Con
paso firme el director de la entidad bancaria se abre paso entre los mirones. Inmediatamente
demuestra su preparación para los momentos de crisis.
--
¡Montes!, llame al 112 y explique la situación: esta gestión debería estar hecha. Que venga la policía, el Samur, los bomberos, en fin quien corresponda. Y que se den prisa:
nosotros trabajamos. Esto es lo que trae
la escasez de vigilancia. Los indigentes se les mueren por todas partes, sin
control; fijo, aquí el amigo está fiambre. Voy a exigir medidas; faltaría que todos los de la zona decidieran entregarnos su último suspiro. Daríamos una imagen fatal. A ver, Montes,
controle que no se acerque nadie. ¡Ese perro, señorita que no se mee aquí, un
poco de respeto, por favor.
La
joven del cocker, avergonzada, se cruza de acera pero no piensa perderse detalle. El anciano del ABC
bajo el brazo y la señora de la barra de pan la recriminan con los ojos.
Por
el barrio se va extendiendo la noticia. Los mayores, algo escasos de entretenimiento a consecuencia de la burbuja inmobiliaria, se excitan ante el
acontecimiento luctuoso.
Tienden
el oído: los municipales. Del coche a cuadros blancos y azules descienden dos
uniformes festivos en cobalto y amarillo. El anciano de la prensa añora en voz alta la austeridad de los antiguos uniformes, serios, como corresponde a un servidor español
de la ley. Un cabo alto y delgado avanza seguido de un veterano fornido, de aire protector. Saludan con gesto sobrio y se dirigen a la puerta,
empujan, llaman con los nudillos y ante la falta de respuesta, en medio de un silencio respetuoso regresan al coche.
-- Posible cadáver en calle del Agostura, Caja
de Vinaroz. Urge apoyo logístico de bomberos
y del Samur. A confirmar asistencia deljuez y de los servicios funerarios.
Ahora la responsabilidad queda en manos de la autoridad que se supone
competente. El director, aliviado piensa en la estrategia para comunicar a la central lo acontecido; atender
a los clientes y explicarles que no se
trata de un atraco con rehén, ni de un
suicidio por desahucio. La
Caja de Vinaroz queda libre de toda responsabilidad sobre los
hechos. Es imprescindible mantener la confianza de la clientela:
--
Pues si señora, el pobre para morir tranquilo ha elegido nuestra
entidad. Ya vé…
Los
usuarios, se otorgan el privilegio de la
primera fila.
Ha
corrido la voz de la próxima intervención del cuerpo de bomberos. Las señoras
comentan con alborozo la excelente forma física de tales cuerpos.
Los
asistentes, guardando las formas de un velatorio, bisbisean:
--
Con el frío de anoche, el vino no le ha
bastado…
--
igual anda suelto algun asesino de pobres. Últimamente
aparecen muchos por los rincones, apaleados…
--
¿Es español? Si no, ¿quién va a pagar
los gastos?…
--
Por el carrito, podría ser el vagabundo
que se sienta en el banco al lado de la castañera. La mujer siempre ofrece
alguna castaña a los indigentes; tiene un corazón de oro.
-- Si, para que se larguen. Menuda leche se le pone a la
vieja. Según ella le espantan a la
clientela.
--¡Los
bomberos…!
El
vehículo rojo con una dotación completa se detiene en la esquina cortando definitivamente la
circulación. El jefe, a paso atlético, consciente
de la expectación se acerca; estudia la puerta, pide algo a un subalterno y
con el arma solicitada asesta un par de mazazos. El estruendo del estallido del
cristal confirma que la operación ha tenido éxito. Por el agujero practicado introduce mano y brazo: acceso despejado.
El público entregado aplaude con frenesí. El libertador, a un tris de saludar, recupera la dignidad e
indiferencia correspondientes a un servidor público. La unidad retorna al
cuartel; el paso queda de nuevo expedito.
Mohíno
por la popularidad ajena, el cabo da
paso al médico del Samur. El dictamen no
se hace esperar: “Muerto sin señales
evidentes de violencia física; posibles indicios de envenenamiento. Tras la autopsia se sabrán más detalles.”
“El
presunto muerto, declarado oficialmente
cadáver; quedamos a la espera de la
autorización de su señoría para el levantamiento del mismo y posterior traslado
para el dictamen forense.” El parte del cabo, comunicado a la central con voz
potente, alcanza los oídos de los
presentes. Sonríe con satisfacción ante
el impacto logrado.
La
hora de preparar la comida se ha rebasado; algunas amas de casa se plantean la retirada; el caso es que
ya no puede tardar el juez. Resuelto:
por un día huevos fritos y sopa de sobre; se quedan.
Miran de reojo al furgón de mal agüero y cruzan los dedos; lleva un rato largo
esperando.
Con
un chirrido de ruedas se detiene un coche
negro. Bajan dos de los ocupantes. “¿Pero
no viene su señoría?” El policía
veterano no puede asociar una cazadora de cuero negro, vaqueros, camisa a cuadros y botas
con la dignidad atribuida a un juez. “Demasiado bisoño”, sentencia para sí.
En
un santiamén su joven señoría dicta al secretario la autorización para el
levantamiento del cadáver. Con el motor
en marcha se sube al vehículo negro que arranca con el quejido de los neumáticos y desaparece al doblar la
esquina.
La
rapidez y eficiencia del servicio funerario acorta la degustación del morbo
terminal. Han escamoteado la bolsa oscura,
tamaño adulto, en el interior del furgón. El doble portazo anuncia el fin del espectáculo.
El
policía veterano se siente en la obligación de ampliar la información: “En el Anatómico
Forense se le practicará la autopsia para determinar las causas de la muerte. Y ahora circulen,
por favor…”
El
servicio de limpieza de la entidad, retenido bajo amenaza de despido, entra en
acción. Eso si, exigiendo un plus por peligrosidad y asco: demostrado, en los últimos momentos los esfínteres se
aflojan... Cartones, cristales, una bota reidora, el carrito, son abandonados en la proximidad
de los contenedores de vidrio y papel. .
Caída
la tarde, la anciana castañera, de retirada, se para ante el cartel de la
entidad bancaria de la calle Angostura: “Cajero fuera de servicio por
defunción.” Una plegaria se escapa de entre sus labios:
“Gracias Señor por hacerme tu instrumento en la
liberación de tantas almas dolientes. Añade este a tu seno asi como a los
anteriores. Amén.” Tras santiguarse, se aleja a paso de funeral.